RECUERDOS DEL DOCTOR Antonio RENDIC
Deseo dar testimonio y confirmar que este bendito médico fue santo desde que nació. Doy gracias a Dios que haya sido Chile, el país que eligieron sus padres para emigrar y Antofagasta, la ciudad para radicarse.
Optó por medicina como profesión, ya que así podía ejercer, ayudar y llevar consuelo a las personas que más necesitaban de sus servicios.
Siempre sonriente, amable, cariñoso, incluso cuando abría la puerta de su consultorio a sus pacientes, hacía una pequeña inclinación como gesto de bienvenida.
Recuerdo, como alumna del Instituto Santa María (ISMA), verlo recorrer sus salas, patios y jardines, saludando a profesores y alumnas; visitando como médico a las religiosas alemanas, que se encontraban enfermas; igualmente, las alumnas internas gozaban de su cuidado.
También el ISMA tiene el honor y el privilegio que le haya compuesto su himno; él hizo la letra y la señora Yula Sierra, la música. Recuerdo que de sus ojos salieron lágrimas de emoción, cuando el coro del Instituto lo cantaba, dirigido por la madre Anunciata. Éramos alrededor de ochenta voces.
Fue algo maravilloso.
Además, en el año 1943, acompañó al arzobispo Arturo Mery en su visita a Antofagasta y, en el homenaje que le rindió el ISMA hizo las veces de dueño de casa.
Cuando mi hija María Soledad cursaba Octavo Básico, le asignaron la tarea de entrevistar al Doctor, imitando a una periodista. La acompañé, ya que él me estimaba mucho. Fue encantador; nos hizo reír y le dio una confianza tan grande a mi hija, contándole su vida que, al término de la entrevista, llegaron a ser muy buenos amigos.
Le enseñó que la verdadera felicidad está en ver al prójimo como hermano, tender la mano al desvalido, consolar al afligido, visitar al enfermo, siempre sonreír y estar contento.
Recuerdo que esa tarde salimos muy felices, renovadas, casi como si hubiésemos estado frente a un santo. Es por esto que considero que debemos rezar mucho, pidiéndole a Dios que ilumine a todas las autoridades, que tienen que decidir por su santidad; a la juventud, a los hombres maduros y ancianos; unir las manos en una cadena infinita, para que el Altísimo vea que hay amor, fe y esperanza. Que hoy tratamos de ser buenos; mañana, mejores.
Ojalá que el Doctor Rendic sea el ejemplo para las futuras generaciones, como persona, profesional, esposo, amigo, tío-abuelo, ciudadano, siempre ayudando, cooperando y acompañando.
Sus manos fueron fuente de amor, de fe, esperanza y caridad. Dios permita que lo eleven a los altares.
Santo doctor, ruega por nosotros.
un santo para antofagasta