Alrededor de la segunda semana de mayo de 1905, una mujer se despedía por última vez de su madre. El llanto de aquella hija no llevaba la sal de la tristeza, sino una dulce y silenciosa admiración al recordar la obra que su madre, la activista Ana María Jeese Jarvis, le había legado. La lucha de la madre fue por las familias y la comunidad, pero especialmente por la seguridad social de las mujeres trabajadoras, una tarea titánica considerando que tales esfuerzos se llevaron a cabo durante la guerra civil norteamericana.
Ana María Jarvis hija, no estaba satisfecha con compartir el nombre de quien fuera su máxima inspiración, sino que buscó iniciar un reconocimiento a todas aquellas luchadoras, muchas veces anónimas, quienes en su seno y con sus manos han cobijado y criado a todas las generaciones. Ana María Jarvis comenzó su propia odisea, escribiendo a cuanta persona influyente pudo, con el fin de establecer un día de celebración de las madres. En mayo de 1914, casi diez años después de iniciada la empresa, se establecía el segundo día de mayo como día de la madre, motivo de fiesta nacional y, prontamente, internacional.
Sin embargo, al pasar los años, Ana María notaba con preocupación la creciente comercialización del día nacido para conmemorar y honrar a las madres, viendo con impotencia como era transformado en un nuevo nicho de mercado para las empresas. Así, Ana María pasó sus últimos años protestando contra un proceso considerado por ella como ilegítimo, debido a la tergiversación del simbolismo que reduce la conmemoración de la madre a un mero acto de consumo. En sus palabras: "Una tarjeta impresa no significa más que se es demasiado indolente para escribirle de puño y letra a la mujer que ha hecho por uno más que nadie en el mundo".
El antepasado domingo celebramos un nuevo día de la madre y llovieron las tarjetas, chocolates y regalos. No obstante, la protesta de Ana Jarvis aún resuena en nuestros oídos: la crítica a la comercialización de días de conmemoración. Ana creía que era fundamental expresar el reconocimiento a quienes, a pesar de sus faltas, dedicaron años de trabajo y esfuerzo para formarnos y facilitarnos la transformación en la mejor versión de nosotros mismos. A tan colosal esfuerzo, dice Ana María, no se le honra sólo con regalos producidos en masa, sino con la gratitud genuina salida del corazón.
Martín Arias Loyola
Académico UCN