Hace pocos días fue conocido que 42 personas participaron de las elecciones regionales del partido Evópoli. La cifra impresiona y hasta puede desanimar, pues debe ser leída como otro síntoma de la desafección de la ciudadanía con la política.
La situación de las coaliciones es impresionante. Los datos del Servel dan cuenta que el Partido Comunista es el que tiene más militantes con 50.791; le sigue Revolución Democrática, con 42.687; la UDI, con 40.654; el Partido Socialista con 36.718; el PPD, con 35.087; Renovación Nacional, con 32.357; la DC con 31.631, entre otros.
Las 11 tiendas más importantes del país suman en conjunto un total aproximado a los 350 mil militantes, una cifra ínfima en función del padrón electoral.
Pero el asunto es más complejo y tiene varias explicaciones y consecuencias.
Parece bastante evidente que crear grupos o movilizar personas es cada vez más difícil en el mundo y este no es un fenómeno estrictamente chileno. Hasta hace unas décadas, las izquierdas o derechas dominaban prácticamente todos los planos de la sociedad y la persona. Incluso el cómo vestirse, qué escuchar, o con quiénes reunirse eran parte de la cultura doctrinaria de grupos que movilizaban los grandes temas.
Pero eso hoy es una ilusión, las sociedades y las personas somos más complejos, más heterogéneos, desprejuiciados y libres en el pensamiento. La cultura política partidaria es cada vez menos influyente (no desaparece), mientras otros aspectos ganan terreno.
Ello nos dice que el individuo es más difícil de movilizar en torno a grandes ideas, pero sí respecto a situaciones específicas. De allí el éxito de grupos que exigen arreglos puntuales y están compuestos por un amplio rango de sujetos, de distintas clases sociales, religiones y creencias.
Pero solo las explicaciones no sirven al país. El asunto fundamental es que la política es demasiado importante para dejarla en manos de unos pocos; menos se puede pensar que esta actividad debe estar relegada a un sitio inferior.
Cuidar las libertades exige participación.