El primero de mayo se cumplió otro aniversario de la huelga que iniciaran trabajadores de la ciudad de Chicago en 1886, prolongándose hasta el 4 de mayo y terminando con cinco trabajadores huelguistas en la horca. Estos trabajadores luchaban por establecer una jornada laboral de ocho horas, algo totalmente impensable para la época. El camino a su muerte se pavimentó gracias a algunos empresarios que, nerviosamente, planteaban que esos vagos anarquistas sólo querían que se les pagara sin trabajar, que reconocer este derecho sería el comienzo del fin de la sociedad moderna.
Actualmente, nuevos empresarios levantan los mismos viejos argumentos contra el avance de los derechos laborales, no sólo en Estados Unidos, sino que en todas sus imitaciones. Así, en Chile hoy los trabajadores no celebramos realmente el 1 de mayo, no pudimos, no debimos. Porque cuando la mitad de los trabajadores chilenos reciben un sueldo líquido de hasta $350.000 mil (Fundación Sol, 2015); cuando miles de trabajadores a honorarios son precarizados por el mismo estado que debería darles protección; cuando el desempleo alcanza los dos dígitos en la región del metal rojo, no había nada que celebrar. Por el contrario, debimos conmemorar. Conmemorar es recordar un acontecimiento histórico, pero de manera solemne. Evocar para aprender y avanzar.
Los trabajadores debemos recordar el sacrificio de los que nos precedieron, quienes, desde la revolución industrial, han costosamente erguido sus espaldas, levantado la mirada, cerrado las fábricas y salido a marchar. Gracias a ellas y ellos, a sus gritos, a su sangre, a los huérfanos que dejaron, es que hoy tenemos derechos mínimos pero fundamentales. El primero de mayo como festejo es otra manera de obligarnos a olvidar, cambiar la reflexión por los asados, por la borrachera que nos hace efímeramente felices; adormeciendo la rabia, transformándonos en un ser acrítico, blando, amorfo, pero satisfecho.
Por tanto, hago un llamado a conmemorar. Conmemorar el sacrificio de las mujeres trabajadoras que marcharon el 8 de marzo de 1857 en Nueva York, de los huelguistas del primero de mayo de 1886 en Chicago, de los obreros muertos en la plaza Colón en 1906, en la escuela Santa María en 1907 y, especialmente, de los trabajadores que marcharon contra el terror desde 1982 para derrocar el régimen de Pinochet.
Conmemorar para no olvidar, para dignificar, para unificar y, así, en lugar de dividirnos por géneros, religiones y razas, reconocernos sólo como trabajadores.
Martín Arias Loyola
Ph.D.