El desarrollo de la psicosexualidad durante la adolescencia suele entregar una de las principales fuentes de alegría y placer, como también de sufrimiento y decepción. Las primeras y evidentes manifestaciones de este proceso se observan cuando emergen las vivencias asociadas a la aparición de las características sexuales secundarias, las cuales representan tanto para el adolescente como para su contexto social, el signo más claro del cambio en el ciclo vital. Así, surge un nuevo cuerpo, el que permite descubrir y experimentar sensaciones físicas placenteras.
La experiencia es, por cierto, diferente en hombres y mujeres, en especial por el significado que tiene la sexualidad y la maternidad para las jóvenes. Las demandas de satisfacción y placer suelen ser cada vez más imperiosas, generando una serie de efectos sobre la construcción del psiquismo adolescente.
La sociedad actual tiende a flexibilizar sus normas y reglas, esto en gran medida por el avance de las tecnologías de la comunicación, las cuales son el vehículo que tiene la condición innata de búsqueda de los afectos y vinculaciones, especialmente las amorosas.
De acuerdo con la psicoanalista J. McDougall, en décadas pasadas, uno podía tener una relación de vínculo para expresar el amor a un otro, luego, con el paso del tiempo, se podría llegar a tener una experiencia sexual. En cambio hoy, primero, se suele tener la experiencia de una actividad sexual, por cierto cada vez a más temprana edad, y luego, se evalúa la posibilidad de tener una relación amorosa. Ahora, en el mejor de los casos, se podría disponer de ambas experiencias al mismo tiempo.
Sin duda, actualmente es más valorada la experiencia del goce que brindan los sentidos, perdiendo terreno la búsqueda de relaciones interpersonales que permitan entregar y recibir amor de otro distinto. Este contexto social que rodea a los jóvenes y adolescentes, genera situaciones de riesgo para el inicio de la vida sexual. Así, el consumo problemático de alcohol y drogas, la exposición brutal del cuerpo como un bien de consumo ilimitado, la sexualidad disociada de las expresiones de amor, pueden generar un espacio donde las enfermedades de transmisión sexual podrían registrar un aumento muy peligroso.
Son necesarios los programas de educación sexual y de los afectos vinculados a este proceso de cambio. Independiente de nuestras posturas respecto de la forma de vivir la sexualidad, la educación con un enfoque de prevención es clave para obtener un mejor bienestar social.
Roberto Sepúlveda Yévenes
Psicólogo y académico Facultad de Psicología USS