Pelear la amistad
Me estremecí cuando un amigo de mi hijo, bastante mayorcito ya, me saludó con un beso en la cara. No supe si devolverlo o rechazarlo, aunque -por dentro- me comieron las ganas de hacer lo propio, de puro cariño. Me contuve y quedé, por un buen rato, sorprendido y anonadado. Tardé en entender que se trata de una nueva manera de demostrar afecto y amistad. No estaba ni estuve acostumbrado a hacerlo. Y aunque me resulta doloroso reconocerlo, solo tuve opción de besar a mi padre unos segundos antes que una lápida nos separara para la eternidad toda.
En este orden de cosas, recordé que alguna vez hube de llevar a mi rincón a quien fue mi contendor en el encordado. Lo abracé terminado el combate y con mi toalla y mi esponja, se le prodigaba agua y se secaba el sudor del pleito, en señal de una amistad que no se terminaba con los golpes. Éramos solo adversarios, que no enemigos. Era -por lo demás- un gesto habitual en el pugilismo aficionado.
Recordé que en la pampa salitrera, "pelear la amistad" era una costumbre de amigos verdaderos. Cuto, mi compañero de pensión, me desafió a hacerlo. A puño limpio, en una pendencia programada para llevarse a cabo en los patios del pasaje Araucana, en el sector bajo de la oficina Pedro de Valdivia. No importó el resultado: los abrazos finales aliviaron los dolores, pero no impidieron los moretones. Algo de sangre escurrió de ese combate por la amistad y los brindis permitieron recuperar las fuerzas y hasta cantos y trinos de guitarra sellaron esa tarde tan especial. Luego otros amigos siguieron la misma tradición, sin rencores ni odios de por medio. Se dieron tan duro como pudieron y terminaron abrazados y llorosos… "Una prueba absurda de una virilidad mal entendida" -me dijo el cura, cuando me vio un cardenal en el ojo izquierdo.
En "Las cuarenta", el tango afirma que "el amigo que es amigo/siempre y cuando te convenga". Una verdad que el compositor argentino Gorrindo afirmó por allá, en el año 1937 y que hoy mantiene dolorosa vigencia. La amistad se clasifica o nos la determinan desde chicos: por el jardín infantil al que acudiste; por el colegio en que fuiste alumno, por el barrio en que vives; por el automóvil que tienen tus padres; por si eres arrendatario o propietario; por el banco del que eres cliente. En fin, la amistad está condicionada por una serie de factores. Y se da vuelta la espalda al amigo que cae en desgracia o comete un yerro. Antes, la amistad estaba por encima de los errores, los defectos y la casta social.
Amistad y lealtad eran el verbo primero que nos unió y nos mantiene unidos hasta hoy, en que muchos de nosotros hemos envejecido sin dejar de ser amigos. Amigos a toda prueba.
En esta amistad actual pueden darse besos de saludo que saben a Judas… Y lo que no sabemos es cómo cuidarnos de ellos. Ni pensar entonces en la pampina tradición/costumbre de pelear la amistad, toda vez que la Crespita Rodríguez demostró -a combo limpio- que el boxeo ya no es el más viril de los deportes… Y que los puños ya no son el idioma de los hombres, cuando las palabras no son lo suficientemente decidoras.x