¿CÓMO VIVISTEIS EL DOLOR DE NO SER ESCUCHADO?
Santo Antonio, amigo del alma, esta noche en que el invierno me habita y se extiende por espacios silentes de los senderos trazados por nuestro desierto, como crisol y símbolo que avanza, entre sueños, hacia la tierra prometida, mi espíritu se refugia en la paz musical de Ludwig van Beethoven, que me dice: "Nunca rompas el silencio, sino para mejorarlo". Más, en mi canto de generosidad que esta noche me aprisiona; rompo con sutileza el silencio para preguntaros: ¿Cómo vivisteis un siglo, en tu eterna existencia el dolor de no ser escuchado?
Es que, santo de los sin voz, en el río furioso de nuestro tiempo, que se tiñe de colores en fronteras pequeñas y excluyentes, cerrando las puertas de y ventanas de luz del arco iris universal que tú construisteis, os digo que, en el delirio de mi poesía de rimas y ritmos, metáfora de artesanías sin tiempo y en el espíritu templado por los años y las experiencias, cuesta entender la mezquindad de quienes, abismándose en la oscuridad enceguecida del poder, olvidan la misión sagrada de un mundo hermano, olvidan que la vida no es niebla habitada sólo por tonos vagos, grises y sombríos. Es decir, se olvidan los gobernantes efímeros del poder, que el gobierno del amor por siempre reinará.
Es que, santo de la antofagastinidad, hoy recuerdo a Khalil Gibrán, de la filosofía y sabiduría profunda de todos los tiempos, que decía: "No busques a los amigos para matar las horas, búscalo con horas para vivir". Entonces, porque quiero vivir para, por y con los otros, esta noche te busco, te quito horas de tu tiempo y os pregunto: ¿Quiénes somos, hacia dónde vamos y qué significado tienen nuestras vidas? O como tú te preguntasteis en el ayer: ¿Hacia dónde va la humanidad?
Antonio, médico del cuerpo y del alma, mientras contemplo la extensión azul ilimitada del Pacífico, que se abraza con el cactus y el pimiento, mi poesía intenta ensanchar las estrecheces de las incursiones de la vida, nuevamente os pregunto: ¿Es que siempre, toda elección debe significar exclusión? ¿Es que no es posible, desde los valores universales, hermanar a los hombres y mujeres y, desde el alma, construir el gobierno universal del amor?
Es que, santo del Ancla de Oro, os recuerdo que mis versos, viajeros eternos de las geografías, de los tiempos y de las gentes, y a riesgo de incursionar los tejidos de la incomprensión, ellos, versos del alma, son la motivación de mi propio canto que, desde el corazón pleno de utopías, siempre intenta tejer las esperanzas de la masa sufriente, intento que mi palabra descubra el reconocernos, habitarnos, escucharnos, tolerarnos y crecer para la transformación y la meditación que nos permita liberarnos y sentirnos todos hermanos cobijados por el cielo infinito de la hermandad universal.
Es que, Antonio, hermano mayor de la poesía, como los libros me enseñaron que quien no se detenía ante la miseria, era un miserable; y, de ti aprendí el valor de la compasión, de ti aprendí a acompañar a los enfermos de la desesperanza, de ti aprendí que debíamos estar junto a quienes tienen sus almas desgastadas por el desaliento, de ti aprendí a que jamás había que abandonar a los enfermos de la resequedad de sus sueños. Por ello, hoy ruego por los que sufren y viven, sin escucha, el silencio de sus sueños.
Por ello, hoy, os pido:
¡Iluminad al poder de la oscuridad, para escuchar en hermandad!