En pleno desarrollo se encuentra el juicio entre Bolivia y Chile en La Haya, proceso en el cual el país altiplánico acusa a Chile de evitar sistemáticamente un diálogo que le permita encontrar una salida al problema de acceso soberano al Océano Pacífico.
El asunto es complejo, más cuando los nacionalismos y las emociones juegan un rol tan preponderante como en estos casos. Tales construcciones -la nación y la nacionalidad- son poderosos como mitos y juegan un rol de comprensión social de enorme magnitud, aspectos magistralmente retratados, por ejemplo, por Hannah Arendt.
Y en casos como el que nos convoca por estos días, tales paradigmas recorren cualquier análisis. Caer en los facilismos, o peor aún, en visiones agresivas, sesgadas, es tan tentador, como peligroso.
Chile tiene una defensa clara respecto a la demanda altiplánica; los expertos sostienen que no hay asuntos pendientes, toda vez que existe un tratado de paz y amistad firmado en 1904, el cual ha sido cumplido a cabalidad por nuestro país. Bolivia y sus productos tienen salida a los puertos de Arica y Antofagasta, en condiciones inmejorables, con beneficios arancelarios, entre otros.
Es cierto, Chile ganó una guerra, un conflicto que se dio en un marco formal. Eso es indesmentible. Sin embargo, todo lo anterior, certezas jurídicas incluidas, no puede dar pie para que tengamos una actitud beligerante o amenazadora. Y por estos días se han escuchado y leído comentarios impropios, en especial cuando vienen de autoridades que deben dar ejemplo.
Muchas las ha provocado el presidente Evo Morales, quien, por ejemplo, aludió a Antofagasta de una manera inaceptable; pero también apreciamos a líderes locales con dichos destemplados, con exceso verborreico que nada aporta al debate y la tranquilidad.
A la larga, hay una cosa que no cambiará: Bolivia seguirá siendo nuestro vecino y debemos ser capaces de construir un vínculo que supere este incordio. Lamentablemente, hasta ahora -y no por Chile- esto no ha madurado, pero hay que seguir perseverando en ello. Chile lo ha hecho bien y ese es el camino que debe seguir: en paz, con firmeza y sin odios.