Isla de Huiros
En estos últimos tiempos, Dios me ha dado el privilegio de volver a surcar los mares de mi norte con bastante frecuencia. Aguas que conozco desde mi infancia/juventud, cuando sus recursos eran tantos y tan variados, que eran tildadas de "inagotables", sin pensar que en pocos años, el hombre dejaría solo despojos y contaminación, expoliándolo todo.
Gobernando en las afueras de la Bahía de San Jorge, me fue inevitable hacer comparaciones entre lo que veía en los años sesenta del siglo pasado y lo que veo hoy. Busqué y busqué -perdida la mirada- intentando hallar una isleta de huiro "canutillo" (o "cola de mono").
Una mar calma, rizada apenas por un "flojito" y el sol "a pique", conformaban el escenario ideal. Una bandada de fardelas, por allí… Más allá un grupo de "pollitos de mar"… Un "pájaro carnero" solitario… Un "Tablero de Damas". Aves oceánicas que me obligaron a dejar la caña y tomar la cámara.
Esas isletas de huiro eran masas flotantes de enormes dimensiones, constituidas por colonias de dichas algas, entrelazadas, de firme y fuerte consistencia. En su superficie, permitían posarse a cientos de aves de diversas especies, que hallaban un sitio adecuado para el descanso. Su ramaje submarino era el refugio adecuado para una gran cantidad de peces de pequeño y mediano tamaño. Recuerdo haber "maneado" unos "meros", de color café y de muy buen sabor. También pululaban entre sus ramas los peces voladores.
Era común hallar esas isletas de huiros a un par de millas de la costa, en aguas abiertas. Ondulaban de acuerdo al oleaje y eran desplazadas permanentemente por las corrientes y los vientos dominantes. El "terral", las empujaba mar afuera… el "surazo" las traía de vuelta.
Hoy, esas isletas de huiro son solo un recuerdo. Todo indica que el "barreteo" ha hecho lo suyo. Arrancar de cuajo las algas es un acto que destruye todo el ecosistema submareal, en tanto se llenan las faltriqueras de los inescrupulosos de siempre. Inescrupulosos que todos conocemos.
Jaime N. Alvarado García