Caleta: lobera
Cabe examinar si vivir en caletas es revolución puramente del habitante humano. La lobera es una antiquísima selección, los lobos soberanos han ocupado sus riscos unos cuantos miles de años, lobos isleños. En ella conviven cientos de familias a lo largo del año.
Acá se aparean y tienen sus crías, de la circulación de sus alrededores consiguen parte del alimento… Hay jerarquías, marcados posicionamientos e igualdades relativas. Algunos machos adultos destacan por ser más grandes y viejos, o más bravos y tenaces -sus aullidos-ladridos con más roncos y profundos. Éstos dominan el colectivo e imponen cierta distancia con sus decisiones, como con quienes se aparean o el rincón del roquería que elegirán para instalarse. Son los machos los encargados de alejarse de las loberas para ir de pesca, nadan tras jureles o corvinas.
La relación ente lobos marinos y humanos parece desconocida. Sabemos de sus cercanías. Pero el humano ha tomado su sangre caliente, se ha puesto su máscara y el atuendo de su piel; se ha trasvestido en lobo, lo ha devorado; en El Médano, P. Núñez y R. Contreras ven en los lobos que ascienden verticales la materialidad de la metamorfosis chamánica.
El pescador se pierde a unas 3 o 4 leguas -en 1630, según Vásquez de Espinoza- sobre una balsa que es algo así como dos lobos unidos a él, una nueva corporalidad. Viajan solos o en parejas, de puntilla en puntilla, en trayectos de pesca, cargando sus aparejos. Si sobre su balsa mata a un lobo es como si el lobo-balsa o el lobo-doble diera caza a un lobo anterior.
El humano lo observa, lo busca mientras se asolea o duerme. De la transfiguración humano-lobo no hay medida de la especie que nace -que potencia sus atributos y capacidades- ¿Cuánto de interpenetración, a qué distancia o profundidad se encuentra de sus especies componentes? Lo mismo se puede decir para los dominios de la caleta y la lobera.
Nota: En Cuerpo del convite, de Benjamín Ballester y Alex San Francisco, arqueólogos.
Ballester / San Francisco