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La viuda de Raúl Ruiz descifra su diario de vida

En dos tomos y más de 1.200 páginas quedaron registradas las anotaciones que hizo el cineasta chileno desde 1993 hasta su muerte en 2011. El libro "Diarios. Notas, recuerdos y secuencias de cosas vistas" llegó a los escaparates hace una semana. Valeria Sarmiento cuenta cómo el poeta Bruno Cuneo, seleccionador, editor y prologuista de la obra, hizo para enviar los cuadernos desde París a Chile.
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Jueves 9 de agosto de 2007, aeropuerto Pudahuel. Mientras espera el embarque a Antofagasta, Raúl Ruiz se encuentra con el ex Presidente Eduardo Frei y su esposa.

-Así que el cineasta más importante de Chile -lo saluda Frei en tono de broma-.

-Eso produce anticuerpos -remata acertadamente Marta Larraechea-.

El director más importante del cine chileno puede haber sido víctima de chaqueteo, pero es más factible que la indiferencia estuviera gatillada por la distancia y la complejidad de su vasta obra. Raúl Ruiz (1941-2011) grabó más de cien películas y, desde 1993 hasta su muerte, fue escribiendo notas en cuadernos que llegaron a los 25 y más. Esas anotaciones quedaron bajo la administración del Archivo Ruiz-Sarmiento. Su director, el profesor Bruno Cuneo, seleccionó y editó los escritos a petición de Valeria Sarmiento, la viuda del cineasta, y los convirtió en "Diario. Notas, recuerdos y secuencias de cosas vistas", un libro publicado hace una semana por Ediciones Universidad Diego Portales.

Son dos volúmenes que suman más de 1.200 páginas. En ellas, Ruiz muestra, a través de sus propias experiencias y reflexiones, la importancia de contener la ansiedad, de renunciar al vértigo inútil, de no estar siempre buscando el atajo, de entender, finalmente, que el lujo, en su esencia, no tiene nada que ver con las cosas materiales, sino que con permitirse ser uno mismo.

Algunos retienen como estandarte la primera etapa de Ruiz en Chile, a fines de los 60, con "Tres Tristes Tigres", ese genial intento por meter la bohemia santiaguina adentro de una botella. Otros, tal vez, asocian su nombre con "Palomita Blanca", la cinta basada en la famosa novela de Enrique Lafourcade que se convirtió en ícono de la época de la Unidad Popular y que sufrió luego una larga censura.

Pero en Europa, con París como centro de operaciones y acompañado siempre por su esposa, Ruiz no solo se convirtió en un preferido de Cannes, sino que su apellido se transformó en un estilo dentro del cine del Viejo Mundo. Era tan único, que podía atreverse a revisitar la obra de Marcel Proust sin ningún complejo ni tapujo.

Raúl Ruiz dijo más de alguna vez que en el cine americano lo que importa es el "qué" y en el cine europeo vale más el "cómo". Planteaba que en Hollywood se presenta rápidamente el desafío que enfrentará el protagonista y luego el desarrollo se da en términos deportivos en cuanto a que sólo falta saber si el personaje ganará o perderá. Eso y poco más. Esta nueva obra ahonda en el "cómo" personal de Ruiz

El chileno inservible

"Diario" no es una autobiografía en clave tuitera para entrar y salir por donde uno quiera. Tampoco pretende ser un legado artístico o estético. Más parece la bitácora postrera y dispersa de un gran lector que se hizo cineasta. En ella se revela su curiosidad infinita, con lecturas cruzadas que le otorgaron un fuero intelectual propio, pero sin que eso le hiciera perder la humildad para seguir indagando y haciéndose preguntas.

Sus referencias indican que pesquisaba la poesía en la biología, en la música, en el derecho, en ensayos económicos y en cuanto texto pudiera sumergirlo su intuición, en la que confiaba ciegamente. Y si no registraba algo satisfactorio o valioso en esas búsquedas, tampoco se amargaba, porque, como enseñó en su cine, la vida no puede entenderse sin la presencia de accidentes insignificantes.

"Mis películas son notas a pie de página de los libros que leo durante la filmación", escribió en noviembre de 1993. Sabiendo que esas lecturas solían determinar el carácter y hasta el sentido de las escenas, la elección de libros debería haber sido una tarea responsable para Ruiz, pero eso habría significado someterse a un convencionalismo del que rehuía. Mejor le resultaba dar rienda suelta a su intuición y al mejunje que se iba alojando en su mente.

"Diario", además, tiene anécdotas, nostalgias y sorpresas. Hacerse la idea de ver a Ruiz tomando un café en el viejo Samoiedo de la calle Valparaíso, en Viña del Mar, mientras lee un libro de relatos de Walter Benjamin, es para emocionarse ahora que el centro de la ciudad es un persa a cielo abierto. También puede resultar curioso que Ruiz intercambiara correspondencia con Sharon Stone. Y ni hablar de la sorpresa que produce enterarse que, un día después de la Navidad de 2006, Ruiz llegó a la oficina de Andrónico Luksic porque se había enterado de que el empresario "lo andaba buscando para hablar de proyectos".

Un tema aparte son sus lúcidos comentarios sobre la chilenidad: "Los chilenos creen en pocas cosas o, más bien, no han inventado la función entitativa de creer. La suspensión de la incredulidad no existe. Es reemplazada a veces por la suspensión de la credulidad. Quizás por eso la única actividad intelectual del chileno sea acumular muchos conocimientos, a condición de que no sirvan de nada. Apenas empiezan a servir, dejan de ser creíbles".

El acertijo antonioni

Como debe haber tenido muy claro que estos diarios tarde o temprano se divulgarían, se puede decir que Ruiz comparte generosamente su modo de vida, su intimidad, aunque sin desbordes ni desclasificando archivos para la farándula. El lector se convierte en testigo del amor que siente por su esposa, Valeria Sarmiento, que también es cineasta. A ratos dan ganas de sumarse a la mesa que comparten siempre con el poeta Waldo Rojas y su mujer, vecinos suyos en París, todos muy entusiastas en la cocina.

Hay cosas que estos volúmenes dejan por decodificar, como la declaración que estaba con Valeria gracias a una película de Michelangelo Antonioni, por cuya trama se puede entender que se trata más bien de un acertijo que de otra cosa. Solo escribió: "Cita, sin nombrarla, La Aventura de Antonioni. De repente me doy cuenta de si estoy con Valeria es sobre todo (manière de dire) gracias a ese film".

Poco antes de partir a Lisboa, uno de los lugares preferidos para la pareja y locación preferente en la última etapa de Ruiz como realizador, Sarmiento aborda la incógnita. "Nunca lo supe, pero creo que fue porque, cuando lo conocí, caminé mucho con él en silencio. Pero es solo una suposición", confiesa.

-¿Cómo concibió este proyecto, cuál fue el encargo a Bruno Cuneo y cómo fueron dando forma a esta obra?

-Después de conocer el libro "Ruiz" que editó la Universidad Diego Portales con entrevistas de Raúl, me pregunté si el mismo Bruno Cuneo no se interesaría en estos cuadernos. Por un amigo en común, le mandé a preguntar para darle la posibilidad de decir que no. Pero dijo que sí. Entonces se procedió a enumerar y fotocopiar todos los cuadernos, que partieron en unas cajas de cartón a Chile. Bruno descifró la letra de Raúl, que a veces tenía una caligrafía infernal. Pasó en esto dos o tres años y viajó a París a revisar algunos cuadernos en directo, porque a veces dudaba, ya que las fotocopias tenían fallas.

-¿Encontraron ustedes resistencia en su entorno por su voluntad de vivir para crear? ¿Cree que podrían haber tenido una vida así en Chile?

-No sé qué habría pasado si hubiéramos vivido todos estos años en Chile. Lo que es seguro es que Raúl no habría filmado tantas películas ni yo tampoco.

-¿Cómo se cuidan los momentos propios de introspección estando en pareja? ¿O no importaba tanto reconocerlos, porque ustedes valoraban también los "tiempos muertos"?

-Los tiempos de ocio son esenciales para la creación. Es el momento en que aparecen las ideas. Los cuidábamos harto. Raúl decía que acostarse y mirar el techo era esencial.

-¿El Archivo Ruiz-Sarmiento sigue completándose? ¿Cómo le ha ido con sus pesquisas por el mundo, se ha encontrado con sorpresas?

-Tengo entendido que el archivo sigue existiendo y sigue ampliándose y lo bueno se consulta. En todo caso, yo sigo colaborando y aportando documentos.

-Funcionar con distintas lenguas, ¿le sirvió a Ruiz en su obra?

-Raúl hablaba francés, italiano, inglés y portugués. Tenía mucha facilidad para los idiomas y le gustaba mucho tener amigos de distintas nacionalidades. Era curioso de la gente y de las diferentes culturas.

-Ustedes pasaban mucho tiempo en la cocina. ¿Qué les pasaba cuando se las arreglaban para para preparar platos chilenos?

-Cocinábamos, pero nunca juntos, él cocinaba o yo. Como en el cine, cada uno responsable de lo que hace.

-¿El hecho que Ruiz en la mesa prefiriera picotear más que comer un solo gran plato tiene relación con su afán de coleccionar piezas y gustos?

-Al final de su vida picoteaba, pero antes se lo comía todo y exigía dos platos. Cuando su madre vivía, eran tres. Siempre fue así en casa de sus padres.


"Lunes 16 de junio de


2008: murió mi madre"

Murió mi madre. Viaje abrupto a Chile. Todo el día de ayer atendiendo a los invitados que vinieron a darme el pésame. Tristeza intensa pero difusa. Se llevaron a las 17 horas el ataúd a la capilla donde será velado. Fui a hacer acto de presencia. Había varios conocidos y amigos. Mi tía Eliana pidió que me dejaran solo con el ataúd. La estuve mirando por largo tiempo. Y de repente sentí que no estaba ahí. Que estaba en otra parte. Como sonámbulo caminé hacia la casa de mi madre. Sara y Alda venían saliendo con algunos parientes y se iban a la capilla, así que me quedé solo en la casa. Me senté en el salón. Me serví una copa de vino y medité, recapitulé los hechos y avatares de todos estos años. Desde la infancia hasta hoy. De repente me dio por pasearme por toda la casa. La gata me siguió. Estuve mirando el dormitorio de mi madre, ahora vacío, y volví al salón. Inquieto me paseé por algún rato. Quise escuchar el disco que mi madre escuchaba el día antes de morir. La Tercera sinfonía de Tchaikovsky, "La polaca". Seguí paseándome. Me acerqué al lugar más anodino de la casa. Son dos corredores unidos en L. En el ángulo de la L hay un espejo en que uno se ve más gordo de lo que es al doblar. Al fondo del segundo corredor hay otro espejo en el que uno se ve más flaco. Bromeando decíamos que esos dos espejos son una alegoría de la vida: el que halaga y el que alarma. Ahí estaba. O, más bien, ahí sentí su presencia. Pensé que era raro que mi madre escogiera un lugar tan anodino para hacerme sentir. ¿Qué sentí? Casi nada: una presencia detrás de mí. Y un erizarse de los pelos de la nuca. Y un escalofío. Y, por supuesto, miedo. La gata de la casa, Copa, me acompañaba como buscando algo. Varias veces repetí la experiencia. Al atravesar el ángulo de la L volvían el escalofrío y la sensación de una presencia. Sólo ahí. En el ángulo de la L. Volví al salón y entonces pasó algo inesperado: empezó a sonar el despertador del dormitorio y de nuevo el despertador calló. De repente empezó a sonar, pero en sordina, como si alguien hubiera puesto la mano encima. Entonces sonó el teléfono. Me dije que ya era hora de contestar -hasta ese momento había decidido no contestar-. Contesté, era Pedro, que quería saber a qué hora era la misa. Corté. Volvió a sonar. Contesté y sonó ocupado. La cosa se repitió dos veces. Y cada vez que pasaba por el comedor sentía el mismo escalofrío. Hasta que el fenómeno desapareció. Me fui a sentar. Pero entonces la gata empezó a mirar hacia la puerta que da a la cocina. Fui a la cocina (que estaba con la luz encendida). Y de nuevo el mismo escalofrío. Me alejé unos pasos y volví a cruzar el umbral varias veces. De nuevo me dije que era muy raro que mi madre (había decidido, sabía que era ella) escogiera como lugar de despedida los dos lugares más anodinos de la casa. Volvieron Sara y Alda con mi tía y primos. Hablamos y bromeamos. Mi tía dijo: "Siempre es así, pero nunca dura más de una semana". Me fui a dormir. Profundamente.

Hacia las 5 AM me desperté con la solución del enigma. Esos dos lugares anodinos eran los dos lugares por donde mi madre hacía aparición, sonriente, cuando la esperábamos para sentarnos a la mesa. Lo que es raro es que no me haya dado cuenta antes. Son las 7 AM. Mientras escribía, la gata empezó a mirar hacia el corredor en L. Para allá fui y volví a sentir el escalofrío. Pero esta vez fue una sensación agradable. De consuelo. Mi madre me había estado esperando todas estas semanas. Quería verme antes de morir. El encuentro tuvo lugar. Pero no como lo habíamos esperado.


"Diario"

Selección de

Bruno Cuneo

Ediciones UDP 1.200 páginas

$32.000

Por Daniel Gómez Yianatos

"Los tiempos de ocio eran esenciales para la creación. Es el momento en que aparecen las ideas. Raúl decía que acostarse y mirar al techo era esencial".

"(Raúl) tenía mucha facilidad para los idiomas y le gustaba mucho tener amigos de distintas nacionalidades. Era curioso de la gente".

Juan Ernesto Jaeger

"Al final de su vida picoteaba, pero antes se lo comía todo y exigía dos platos. Cuando su madre vivía, eran tres. Siempre fue así en casa de sus padres".

"Bruno descifró la letra de Raúl, que a veces tenía una caligrafía infernal. Pasó en esto dos o tres años y viajó a París a revisar algunos cuadernos en directo".

Adelanto del libro "Diario. Notas, recuerdos y secuencias de cosas vistas", de Raúl Ruiz (páginas 529 y 530 del segundo tomo). Selección, edición y prólogo de Bruno Cuneo.

"Mi madre me había estado esperando todas estas semanas. Quería verme antes de morir.

El encuentro tuvo lugar. Pero no como lo habíamos esperado".