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Una pequeña esperanza entre 487 deseos de vida

HISTORIA. El antofagastino Domingo Claps recuerda a Gonzalo Martínez Corbalá.
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V. Toloza Jiménez

El martes 11 de septiembre de 1973 encontró al diputado antofagastino Domingo Claps Gallo en Santiago.

A la distancia rememora que todos presagiaban la caída del gobierno, en especial tras el fracaso de las conversaciones entre el Presidente Salvador Allende y el líder del Senado, el DC, Patricio Aylwin, en casa del arzobispo Raúl Silva Henríquez. Después de aquello, todo podía suceder, pero el problema es que nadie sabía qué, ni cuándo ocurriría la posible movilización de las FF.AA., ni el nivel de apoyo y éxito que tendrían. Por lo pronto estaba el recuerdo del "Tanquetazo" de junio reciente, movimiento sofocado por el excomandante en jefe del Ejército, el general Carlos Prats.

Pero esto parecía mucho más complejo. Por lo pronto, Prats ya no estaba al mando.

El miedo

Domingo Claps se apresta a cumplir 80 años en 2018, pero su memoria y relato mantienen una jovialidad envidiable. En septiembre de 1973 llevaba meses como diputado del Partido Socialista y a pesar de la beligerancia con que era conocida la tienda dirigida por el senador Carlos Altamirano, él -sostiene- nada tenía que ver con fusiles, ni planes de lucha armada para la conquista del poder. Eran los años en que la izquierda propugnaba el categórico "Avanzar sin transar".

En esa mañana de confusión logró coordinarse con Héctor Mario Silva, gerente de la Corfo Zona Norte y ambos evaluaron entregarse a las autoridades.

El futuro inmediato para los militantes del PS, se advertía complejo. Los bandos militares dejaban en claro que el gobierno popular había caído y la capacidad de respuesta del ejecutivo, o los cordones industriales, era inexistente o mínima. La idea de Claps y Silva era regresar por tierra a Antofagasta, plan que habían comentado el viernes anterior.

Silva Leiva lo hizo. Retornó a nuestra ciudad, en una decisión que le costó muy caro. Claps se quedó en familia, se guareció en espera de que todo aclarara, junto a su esposa María Eugenia Arenas Widner y sus tres pequeños hijos de 4, 5 y 7 años.

"Mi delito era pertenecer al PS", recuerda a 45 años de ocurridos los hechos que cambiaron la historia nacional.

Pero la luz de esperanza vino gracias a su cuñada, quien le advirtió la posibilidad de asilarse en la Embajada de México en Chile.

Y con ese plan, al mediodía del 14 de septiembre, en una "ventana abierta" tras la suspensión del toque de queda, llegó hasta las oficinas aztecas, donde se encontró con unas 120 personas en las afueras y otros centenares en el interior.

Logró entrar y conversar con Gonzalo Martínez Corbalá, el embajador, quien tras escucharlo le acogió en un espacio que era un hormiguero humano.

Claps Gallo fue una de las 487 personas que ingresaron al cuerpo consular y lograron salvar su vida, mientras en las afueras iniciaba una severa represión.

La esperanza

Pero esta crónica no sólo refiere al antofagastino.

Recién hace algunos días -el 15 de octubre- murió a los 89 años, Gonzalo Martínez Corbalá, el hombre que por su gestión -más el apoyo del presidente Luis Echeverría- salvó la vida de centenares de chilenos, entre ellos la de Claps.

Por semanas mantuvo a familias completas de chilenos y extranjeros ligados a la Unidad Popular, tanto en la embajada, como en su residencia particular. Allí estuvo la familia de Salvador Allende, considerando a Hortensia Büssi y sus hijas, que salieron al exilio mexicano el 15 de septiembre.

Mas, en la embajada las cosas fueron mucho complejas.

Hubo hacinamiento y falta de agua y comida durante los primeros días, debido a que les fueron cortados los suministros básicos. A pesar de que se trataba de una residencia con inmunidad, los vínculos bilaterales no eran las mejores, ya que para el nuevo régimen, México era un adversario y así, poco después, en 1974, se rompieron las relaciones, que fueron restablecidas en 1990.

El hombre clave fue Martínez, un tipo valiente, muy caballero, muy decidido, cita Claps. Fue por ello que tantos pudieron seguir con vida, o salvarse de los apremios que campearon por aquellas jornadas.

Cuando quedaron sin alimentos, Martínez reclamó y poco después se permitió el ingreso de comida, una cuestión fundamental para la sobrevivencia. Entre el grupo había 57 niños menores de siete años que quedaron alojados en el salón del primer piso, el sitio más amplio del inmueble.

"Había cinco o seis médicos que se encargaron de esos cuidados y para dormir estaba el resto de la casa. Pero como éramos tantos, incluso dormíamos en los peldaños de la escalera, porque todo estaba repleto. La cocina, los pasillos. Por suerte había tres baños que se usaban máximo tres minutos por persona", cita Claps.

Mientras los días pasaban, el antofagastino veía a su mujer e hijos desde el segundo piso de la casa. Desde la calle le saludaban, mientras a su lado estaban uniformados que custodiaban que no hubiera más ingresos. No se podía salir, pero tampoco entrar.

La tensión era alta. Los primeros días hubo disparos de francotiradores y hasta sufrieron el impacto de una granada sobre el techo, que afortunadamente no provocó daños.

Claps, abogado de la UdeC, esperaba la orden de expulsión que no llegaba, mientras poco a poco la casa se iba vaciando. Los autorizados eran dirigidos al aeropuerto y de allí a México.

La nueva vida

Así, fueron saliendo los asilados, de a puñados, sin embargo, Claps quedaba de los últimos. Su permiso no llegaba, mientras Martínez y el gobierno azteca realizaban las gestiones para ello.

Eran días oscuros, mientras los viajes y labor del diplomático no se detenían. Incluso tenía como misión llevarse a Pablo Neruda y Matilde Urrutia. Tenían todo listo para transportarlo en un avión especialmente acondicionado, para que no tuviera problemas, sin embargo nunca pudo resolverse el desafío.

Hasta que llegó el permiso para Claps: el 12 de octubre sería la fecha en que embarcarían desde Pudahuel a la ciudad más poblada del planeta. Pero nuevamente retuvieron sus salvoconductos. El antofagastino y otros se quedaban abajo, mientras el avión y un centenar de personas esperaban.

La tensa situación se saldó en la cabina. Los exiliados decidieron votar y la decisión fue o viajan todos o nadie. La tarde y la noche se hicieron eternas en el terminal. Al día siguiente llegó la autorización y el despegue final.

"La entereza del embajador fue maravillosa. Ya en México nos siguió apoyando con la instalación de la Casa de Chile y la recepción de mucha gente que siguieron ayudando. Nuestra gratitud es inmensa", cita Claps, quien pudo salvar su vida, pero no su amigo Héctor Mario Silva quien fue detenido y posteriormente ejecutado el 19 de octubre, durante el paso de la "Caravana de la muerte", proceso dirigido por Sergio Arellano Stark.

De todo se fueron enterando en la lejanía extranjera.

Claps vino en un par de ocasiones al país, solo por algunos días, hasta su permiso definitivo acaecido en 1987.

Ya en la ciudad retomó sus actividades políticas y la docencia en la UA. A la distancia está consciente que hizo una vida al límite y buena parte se la debe a ese señor mexicano fallecido un día domingo en el mítico DF mexicano.

"La entereza del embajador fue maravillosa. Ya en México nos siguió apoyando con la instalación de la Casa de Chile y la recepción de mucha gente que siguieron ayudando. Nuestra gratitud es inmensa".

Domingo Claps Gallo, Exdiputado"