Hasta 1996 las mujeres no entraban a las minas en el país. Esa era la realidad de una actividad que culturalmente ha sido vinculado al trabajo de varones.
Los avances desde entonces son sustantivos, pero aún insuficientes. La participación de la mujer chilena en el mundo del trabajo alcanza el 48% y está muy por debajo del promedio de la Ocde, que llega al 60%. El indicador incluso es muy menor respecto de varios países latinoamericanos, lo que habla de un desafío pendiente.
La realidad es elocuente: Las mujeres acceden a trabajos mas precarios y peor pagados. Es por ello que Chile está 131 de 134 países en el ranking de equidad salarial, de acuerdo al estudio realizado por el Wold Economic Forum.
Debe insistirse, se ha avanzado mucho en el último tiempo y los ejemplos son palpables. El trabajo realizado por Naciones Unidas, el gobierno de Chile e incluso el análisis realizado por el Dow Jones norteamericano son síntomas de aquello.
Es obvio que la menor presencia femenina es una cuestión cultural, que en definitiva termina mermando el pleno desarrollo de este segmento.
Su rol de madres, las exigencias sufridas en ese ámbito, romper estereotipos, y cierto privilegio a los varones en determinadas áreas especialmente laborales, son situaciones concretas que imposibilitan una plena vida.
Ante ello las salidas son plantear soluciones concretas. Hay que invertir en educación, formación inicial y diversificar sus opciones de estudio y oferta laboral; por ejemplo en ciencia, matemáticas, ámbitos donde hoy existe una muy baja participación, o derechamente parecen vedadas y no por falta de preparación, argumentó la docente e investigadora de la UCN, Paulina Salinas.
Considerando que el ingreso de la mujer al mundo del trabajo implica un enorme mejoramiento para las familias, es urgente fomentar ese salto, lo que implica que superen el mero rol de cuidadora de la familia y puedan consolidarse para así entregar todo su potencial y aporte a la región y el país.