Personajes precordilleranos
El hombre andino, habitante de los pueblos precordilleranos, literariamente aparece como heredero de las culturas indígenas que ocuparon estas regiones. La naturaleza y él se muestran en estrecha consonancia, dando origen a un individuo peculiar.
Su modo de vida, por rutina, lo vincula a las tareas propias del entorno; pequeña agricultura, pastoreo, artesanía y, más allá de los poblados, las faenas mineras. Muchas de sus actividades aparecen insertas y sustentadas en antiguos sistemas de creencias y tradiciones, de las cuales ellos se sienten depositarios. Son seres sicológicamente anclados a sus antecesores atacameños, aimaras y quechuas.
Las distancias entre los poblados, más que separar a estos hombres, están allí como motivaciones de aproximación, sin que lleguen a constituir dificultad alguna. Cada una de estas pequeñas colectividades, resulta depositaria de tradiciones que se integran al ceremonial de la nueva fe legada por los conquistadores. Ejemplos para esto son, entre otros, "Soledad en la puna" (Tilopozo, Toconao, Quimal, Turi, Tuina) y, "El río indígena", contenidos en su obra cuentística "Derroteros y cangalla (1978), de Mario Bahamonde; "Narraciones y crónicas del norte andino", "Tierras de sol" y, "El Loa, ayer y hoy", de Héctor Pumarino Soto o, "El alfarero indio" y, "Mama Ojllu" (1933), del "mejillonino" Neftalí Agrella.
El hombre, en este contexto, es el soporte para que se desarrollen grandes problemáticas que aún subsisten en estos escenarios. Los escasos conglomerados humanos, la mínima densidad poblacional, las distancias, la idiosincrasia de algunos lugareños, herederos de viejas culturas, el aislamiento y otros factores menos evidentes, aunque no exentos de significación, crean un acentuado conservadurismo tipificador de estos poblados (muchos prehispánicos) que, no obstante el paso del tiempo, aún parece aferrarse a sus raíces, situación que resalta al avanzar hacia el norte andino, donde perviven hasta lenguas vernáculas.
Osvaldo Maya C.