Pablo Neruda
Aunque la voz se le volvió sombra, la palabra sigue viva en Pablo Neruda, vivísima para henchir a los hombres con la hermosura y la nobleza de su verbo, donde quedaron, enteros, los dones de la Creación, palpitando para el goce y la esperanza de quienes llegan a él, ansiosos de inmensidad humana:
"Yo borró los colores / y buscó hasta encontrar / el tejido profundo,
Así también encuentro / la unidad de los hombres"
Murió en Chile, en el ardor de un primer do mingo de primavera, el 23 de septiembre 1973. De repente, la Patria se oscureció más, porque fue como si la mitad del mar se callara; como si la cordillera se viniera, en pedazos, rondando, hacia la nada:
" Yo fui descubriendo / nombrando las cosas: / fue mi destino / amar y despedirme"
Hombre de vibraciones universales, Hermano de cuanta criatura anhela ser criatura de verdad en carne, hueso y alegría, Neruda existió en constante manantial de belleza y de heroísmo, enseñando caminos que van, los rectos, al Hombre para su gravedad de tal, libre, puro, profundo. Era su tarea en la Tierra y la satisfizo, honradamente, con júbilo y conciencia. Vino:
"A establecer raíces,/ a plantar la esperanza,/ a sujetar la rama / al territorio."
Cuando obtuvo el Premio Nobel de Literatura, en 1971, unió el nombre de Chile a la Cultura Universal. Para nosotros, la distinción otorgada a Neruda es una distinción que alcanza a Chile, a todos los chilenos. Es un sentimiento nacional y patriótico justo. Pablo Neruda, un humanista esclarecido, ha narrado con belleza la inquietud del hombre ante la existencia. Por la poesía de Neruda pasa Chile entero, con sus ríos, montañas, nieves eternas, tórridos desiertos. Pero, por sobre todas las cosas, por ella están el hombre y la mujer. Por eso está presente el amor y la lucha social.
Con Gabriela Mistral forman la unidad poderosa de nuestra poesía. Fueron la pareja resplandeciente que América y el idioma brindaron a la historia de los libros. Gabriela era y es la ternura. Pablo, la bravura, la entereza del ser chileno, como otro fuego de nuestros volcanes.
Andrés Sabella