El ladrón de voces
En el año 2008, Arlette Ibarra Valenzuela, de la Compañía Teatral "La Favorecedora", adaptó y estrenó en teatro el cuento de Alejandro Jodorowsky "El Ladrón de Voces", cuya reposición hemos podido disfrutar durante el mes de agosto en el Salón Teatral de la misma compañía.
La obra narra la historia de una familia que sufre la detención del padre y de lo que sucede con la madre y el hijo ante su desaparición.
A través de una escenografía breve y adecuada, una interesante iluminación, el movimiento y el cambio de escena marcado por música, y el apoyo de la proyección de imágenes en el escenario, nos internamos en la intimidad de este hogar fracturado por la ausencia de la tradicional cabeza de familia.
La madre, una dueña de casa de clase media que pierde la voz al tiempo que pierde al pilar de su vida y el hijo que descubre que su presencia no es suficiente para justificar la existencia de la mujer, se da a la labor de encontrar una nueva voz para su madre, robando voces y experimentando con cada una en el cuerpo de ella, obteniendo plegarias, súplicas, arengas, protestas, gemidos, pero sin lograr jamás volver a obtener una palabra para sí, una palabra que dé cuenta de su existencia, algún gesto que lo rescate del ser y no ser nadie.
La dramaturgia supera la complejidad y hondura que tiene la obra de referencia. Hay que señalar que el cuento parece solo un pretexto para realizar un análisis profundo, concienzudo de nuestra historia y de la condición humana, realizado con una naturalidad pasmosa. La obra habla no sólo de una familia, si no que también de un país fragmentado que se quedó sin voz, niños que quedaron violentamente desprotegidos, invisibilizados; la realidad como memoria, como un reflejo en la oscuridad.
Tomás O'Ryan es quien caracteriza al hijo de ocho años y Arlette Ibarra interpreta el papel de la madre. Ambos, con una actuación y manejo de la emoción impecable. Son creíbles, claros, emotivos. Poseen gran destreza en el manejo de las voces.
Nada sobra en esta obra. No hay nada ampuloso ni pretencioso en ella.
Siempre es una fortuna asistir al Salón Teatral; antes de pasar a la sala ya se siente uno parte de una propuesta. Nada más nos queda, en esta oportunidad, escoger entre ser parte del silencio, de la voz hurtada o de la construcción de un gran coro que dé cuenta, declamante, de nuestra historia y de nuestra memoria.
Marcela
Mercado
Rubina,
gestora
cultural