La Virgen de Guadalupe de Ayquina
A 74 kms. de Calama y más de 3.000 metros sobre el nivel del mar descansa el pueblito de Ayquina, con cerca de 100 habitantes. El poblado contiene un histórico tesoro: una antigua imagen de la Virgen, cuyo culto genera una de las fiestas religiosas marianas más fervorosas del norte chileno.
En su antiguo Santuario se venera a Nuestra Señora de Guadalupe, copia en gran tamaño de una pequeña encontrada, siglos atrás, dentro de un árbol por un niño pastor. La pequeña imagen habría sido llevada por el niño a su casa, pero desapareció, siendo encontrada nuevamente en el mismo árbol. Considerado el hecho una manifestación Divina, allí mismo se construyó una capilla y se levantó luego el Santuario que hoy conocemos. La imagen original se conservaría todavía guardada dentro de la Imagen mayor.
Se fijó la celebración el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María.
Desde tiempos inmemoriales la Reina de Ayquina ha atraído a hijos de toda la región, que acuden en peregrinación - casi siempre a pie - a celebrarla, a darle gracias, pedirle perdón, y demostrarle su devoción y amor.
El poblado perdido entre las vastedades desérticas y las alturas de los Andes, despierta de su letargo: se transforma en lugar de encuentro de peregrinos de todas las edades y la querida Virgen de Guadalupe de Ayquina. Sus calles rebosan de animosos promeseros, de danzarines y miembros de las numerosas cofradías de bailes religiosos quienes, revestidos de sus coloridos y bonitos trajes ceremoniales, despliegan con recogida alegría, con fraterna libertad, sus ritmos, himnos y plegarias. Gozosas y fascinantes coreografías de Fe a los pies de la venerada imagen, cuya figura vuelve simbólicamente presente a la Madre de Dios. Ayquina y la región han dejado atrás, en ese momento, la rutina y las labores cotidianas para asumir con ufanía su identidad nortina y adentrarse en el tiempo sagrado de su gran fiesta colectiva.
Lo humano y lo sobrenatural se abrazan en armonía bajo el manto de María, que reúne con ternura a su pueblo para conducirlo a Jesús.
Tito Alarcón