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DON ANTONIO RENDIC

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Era un joven alto, airoso, de andar rápido. Era un joven de aquellos en quienes se veía que de lo hondo les venía un ímpetu vital poderoso. Recién concluía sus estudios de Medicina y terminaban de entregarle su diploma profesional, fruto de vigilias, sacrificios y de esfuerzos, de honor para consigo mismo. Lo contempló: 1 de agosto de 1921. Le pareció que era el mismo que llegaba a Santiago, desde Copiapó, pocos años antes, para la tarea que, ahora cerraba una etapa y abría, inmediatamente, la otra, la más importante:

-Ya soy médico- se dijo, agregando - ¡seré médico de pobres!

No debió ser diversa la fe con que se juró esta devoción el poeta y médico argentino Baldomero Fernández-Moreno. Y él, como el autor de "Yo, Médico. Yo, Catedrático", escribía versos y, por las noches, cuando la luna se detenía sobre los jardines de los hospitales, viéndola tan blanca y redonda, pensaba que era una buena oblea para para estimular ilusiones. Echó a caminar el joven, con su diploma en las manos, decidido a ganar, no dinero, sino que amor, porque le colmaba todo el ser.

La historia podría continuar, luego, en acción de una romántica novela. Buscó a la muchacha que, en provincia, le inspiró en triple fuego de bien, como hombre, como futuro médico y como poeta, casó con Amy y viajó a nuestra ciudad, donde, durante cincuenta años ha sido, invariablemente, una figura, lo que se llama una figura, esto es, una personalidad de creación, atenta al dolor y a la necesidad de los demás, generosa, vigilante del progreso y para su gloria, de mucho talento poético, capaz de sazonar líricamente el día y la noche de sus años. ¿Habrá que señalar, aquí, su nombre? Creemos que no, que todos saben que estamos hablando de don Antonio Rendic I., cuya estampa no varió y continúa, para alegría de Antofagasta, firme en sus desvelos de médico y pura en sus afanes de poeta: "Llevo el sol muy profundo -es mi pecado-/ y la risa hecha luz aquí en mi boca./ Vivo la vida, alegre, con la loca/ alegría del que ama lo creado".

Con la primera luz a cuestas, inicia su labor, sin horarios ni honorarios, dispuesto siempre a cumplir con el prójimo. Se le divisa por las calles, presuroso, a pie, "compadre" de media ciudad, posible, por su modestia, de ser confundido, por los afuerinos, (los antofagastinos lo conocen desde que nacen) con un señor cualquiera. ¡Y este "señor cualquiera" salvó, en lo que pudo, que fue bastante, la salud ciudadana, denunciando, valientemente, el arsenicismo de nuestras aguas! ¡Y este "señor cualquiera" es primer Caballero del Ancla! Cuando en 1953, el Alcalde Humberto Albanese Cortés y los regidores estudiaron en quienes cimentar la distinción municipal, nadie vaciló en nombrarlo:

-Don Antonio…

¿Para qué más? Don Antonio es don Antonio Rendic y es el Doctor Rendic. Cincuenta años ha vivido para nosotros, los antofagastinos, tomándonos el pulso, haciéndonos abrir la boca, repetir "33,…33", confesar nuestros pecadillos mundanos. Nada le envanece, nada le ensoberbia. Es la humildad, es la serenidad y es la capacidad del hombre cabal, del hombre de Cervantes: "hasta para escribir peca por modestia, pues firma sus libros con el seudónimo de Ivo Serge".

("El Mercurio de Antofagasta", 1 de agosto de 1971).