El caso del joven colombiano que fue descuartizado y cuyo cuerpo apareció mutilado en el sector de la costanera, generó impacto en la comunidad de Antofagasta y sin duda golpeó fuertemente a la colonia colombiana en la ciudad.
Es evidente que los crímenes causan enorme daño en la sociedad. Se trata de hechos que tienen un simbolismo que repercute en la sensación de inseguridad y temor, aunque el resto de los ilícitos vaya a la baja, como sucede aquí.
Casos similares ocurrieron, también por estos días, en Calama gatillando miedos similares.
Al tiempo, el asunto se complica más cuando muchos de estos hechos se vinculan con extranjeros.
Es motivo de preocupación que en prácticamente la mitad de los casos está presente un inmigrante, cuestión que debe indagarse. No son todos -en ningún caso puede caerse en ese facilismo-, es una minoría, pero el asunto debe atenderse porque es demasiado relevante.
Así lo han manifestado los fiscales Jorge Abbott y Alberto Ayala, quienes han manifestado su inquietud por lo ocurrido hasta ahora, lo que, como hemos visto, tiene asidero estadístico respecto de delitos específicos.
Lo que resulta curioso es que muchas autoridades no quieran ver el problema, lo nieguen, presumimos, para no incrementar una sensación negativa en la sociedad.
¿Será eso lo correcto?
Antofagasta tiene un problema que no se ha calibrado lo suficiente, respecto de las drogas, las armas y el temor, entre otros. Esto es apreciable en distintos puntos de la ciudad, incluyendo al centro donde los ilícitos son apreciables a distintas horas del día.
Esconder aquello no parece una buena receta, si el fenómeno quiere solucionarse de verdad.
Resolverlo con la colaboración de todos es sano y es necesario, precisamente para bien de la gran mayoría de los extranjeros que honestamente han elegido nuestro país para buscar una oportunidad.
No esperemos que su imagen -la de seres humanos- empeore y comencemos a resolver el asunto con altura de miras, con planificación y objetivos claros.