En los últimos meses, hay una palpable polarización en el país. Las descalificaciones están siendo cada vez más comunes y agresivas, y esto lo vemos en diferentes hechos de nuestro diario vivir, donde se ausenta el respeto.
Observamos cómo prevalece la intolerancia, las acusaciones (muchas veces sin ningún fundamento), las autoproclamaciones de ser dueños de la verdad y desmerecer el legítimo derecho y pensamiento del otro, perdiendo el sentido de conversar y debatir en temas que importan a todos. Palabras como lucro, inmigrantes, campamentos, empresarios, partidos políticos y reformas, entre muchas otras, son sinónimo permanente de conflictivo y división.
Y esto va de la mano de la contingencia política. Las frases clichés, muchas de ellas incendiarias, y el denostar al otro por el solo hecho de pensar diferente son caldo de cultivo para la aparición de liderazgos que pueden costar muy caro a la institucionalidad. Hay que mirar el pasado y ver que Chile cambió y que no podemos caer en los mismos pecados que aún dividen a nuestro país, a 43 años del Golpe de Estado.
Por cierto, uno de los grandes desafíos de la clase política es demostrar su coherencia y trabajo en torno al bien común de todos los chilenos; debe primar una idea de país y recobrar algo que se extravió hace años con los ciudadanos: la confianza.
La alta abstención de las elecciones pasadas (66% a nivel nacional) pueden confirman lo anterior y pone un desafío para recobrar el nexo con los partidos políticos, que son clave para recomponer el tejido de un país con una larga tradición democrática.
Es por eso que no hace bien cuando sobran las acusaciones sin pruebas y cuando se ataca al otro por pensar diferente, ya sea de uno u otro lado. Hemos perdido la capacidad de escuchar con respeto, primando la descalificación fácil y sin propuestas de futuro, que es lo realmente importante.
Esto nos obliga a sentarnos a conversar, a debatir y a arreglar nuestros problemas como sociedad. Ello nos hace más personas y nos aleja de esa polarización que es tan peligrosa para un país.