Víctor Toloza Jiménez
Han pasado 80 años, pero Juan Floreal Recabarren Rojas aún recuerda que terminó llorando junto a su madre, después que ella le diera un par de "cachuchazos" por querer abandonar el colegio para dedicarse al trabajo.
La señora María Rojas le mostraba la pared al primero de sus hijos y le explicó: "No. usted tiene que estudiar… Allí está la caja fuerte que te entregaré", aludiendo a los esfuerzos que ella haría para que alguna vez el inquieto muchacho consiguiera un título profesional que le permitiera optar a una mejor vida.
A pesar que sólo deseaba ayudar económicamente a la familia, él entendió el mensaje y ambos terminaron abrazados en llanto.
Don Floreal celebró ayer 90 años. Una existencia que ha marcado al menos los últimos 60 años de la historia antofagastina, con sus facetas de regidor, alcalde, diputado, consejero regional, empresario, pero por sobre todo como un investigador de la historia local y un profesor que dejó huella.
Son muchas las identidades de Recabarren, hoy viudo, padre de tres hijos, con su pelo encanecido y un bigote estrenado hace un par de meses.
"He logrado tener la imagen de un hombre correcto y doy gracias por ello", afirma.
Infancia
Hijo de Juan Bautista Recabarren y María Rojas, "don Floro" o "Reca", como le exigía a sus alumnos que lo llamaran, tuvo cinco hermanos, pero tres murieron en la infancia. Dos en el momento del parto y otro producto de una peste que asoló el Norte Grande.
El hombre de los 90 años nació en un Antofagasta muy distinto al actual. Una ciudad que era una especie de isla, sin caminos hacia el norte o Santiago, apenas conectada por el ferrocarril y los vapores que viajaban a Valparaíso y otros destinos sudamericanos. La ciudad era el producto del auge salitrero en las oficinas, cuando no habían pasado 40 años del desembarco chileno en el inicio de las hostilidades de la Guerra del Pacífico.
Recabarren reconoce una niñez marcada por la pobreza y la alegría de dos padres, que si bien no terminaron juntos, fueron muy generosos.
"Muy niños nos fuimos a Chillán, el año 1935 o 1936. Allá comencé mis estudios. Mi padre trabajaba en la Compañía Chilena de Tabacos y allá vendía el Tabaco Oro. Yo lo acompañaba a todos los sitios posibles, tuvimos entonces una relación muy cercana, hasta que llegó el terremoto de 1939".
Ese sismo ocurrió el 24 de enero y hasta hoy mantiene el récord de víctimas fatales para tragedias de este tipo en el país: unas 6 mil, según las crónicas de la época y casi dos mil edificaciones destruidas.
Su padre quedó sin trabajo, lo perdieron casi todo y el grupo decidió trasladarse a Santiago donde vivieron en un albergue -en obvias precarias condiciones- por largo tiempo, hasta que decidieron regresar a Antofagasta. Floreal entró al Liceo de Hombres y entre sus maestros tuvo a Mario Bahamonde.
La familia no volvería a salir de la ciudad y la imagen de su madre comenzó a fijarse en su mente.
Ella era "practicante", prestaba servicios de salud e inyecciones. "Una mujer de muy buen humor, amiga del doctor Antonio Rendic y que cantaba por las noches cuando salía a prestar algún servicio: 'Silencio en la noche, ya todo está en calma'", precisa con memoria privilegiada.
El tartamudo
Conociendo la labia y riqueza de lenguaje, resulta casi imposible imaginar que Recabarren sufría de tartamudez en su niñez.
"Era un tartamudo violento", recuerda y relata varios episodios de lo que hoy llamamos bullying, con más de una lágrima por un problema que el nerviosismo, gatillaban de forma casi inmediata.
Pero estaba decidido a superarlo. "Iba a ser un hombre que no iba a tartamudear y con esfuerzo y voluntad lo logré".
De allí tuvo relativamente claro que lo suyo era la docencia y partió al Pedagógico en Santiago, donde cursó sus estudios, consolidó su pasión por la Falange, lo que inició en Antofagasta en contactos con el senador Radomiro Tomic, de quien sigue destacando su capacidad oratoria. En la capital le siguió Eduardo Frei y Juan de Dios Carmona, entre otros.
Y casi se casó. Pero eso implicaba no regresar a Antofagasta, donde le esperaba su madre, con quien tenía un muy estrecho vínculo. Rompió con su novia y regresó al norte para iniciar su labor docente en el Liceo de Hombres.
Y fue acá que conoció a Magaly Raby Pinto, la mujer de su vida. Una joven 17 años menor, su alumna, y a quien escondió su amor durante años.
Tiempo después volvieron a mantener contacto por motivos de estudio y tras largos meses, por fin se decidió a relatarle sus sentimientos en una carta que puso al interior de otra en la que adelantaba parte de su mensaje.
Poco después se casaron.
El matrimonio vivió probablemente los años públicos más notables de Recabarren. Su primer fallido intento de convertirse en regidor de Antofagasta y su segundo paso exitoso; luego su designación de alcalde, hace poco más de medio siglo, período que incluyó la inauguración del Estadio Regional y el inicio de las obras del Teatro Municipal, entre otras obras.
No fue un período fácil. Ambos cargos no recibían pago alguno. Durante años, la familia vivió de las comidas y dulces que su mujer preparaba y vendía, mientras Recabarren gestionaba la ciudad ad-honorem.
EL DOLOR y el ánimo
Sus años de diputado no parecen tener un buen sabor de boca. Reconoce que siempre fue feliz como alcalde, aunque no ganara un peso. Desde Antofagasta vio ocurrir el golpe militar y percibió que se venían largos años del régimen.
En 1980 estuvo preso, engrillado por una semana, luego de tratar de demostrar que el plebiscito de ese año no garantizaba condiciones mínimas. "Traté de votar dos veces para demostrarlo, pude hacerlo, pero no lo hice, sin embargo me acusaron de intentar un fraude".
No lo pasó mal en la cárcel. Varios reos lo reconocieron como exalcalde, lo cuidaron, incluso le llevaban el desayuno hasta su celda y se dio el tiempo para escribir la crónica "La celda 24".
Pero al salir fue despedido de la Universidad de Chile, así que tuvo que cambiar de rubro. Entonces fue vendedor de juguetes en un local de calle Washington hasta que regresó a la docencia en el Colegio San Luis.
"Con eso aprendí una lección: debía tener un negocio propio para no depender de otros y entonces, aprovechando el buen prestigio que tenía como profesor le propuse a Orietta Véliz formar un preuniversitario y así lo hicimos. Llegamos a tener 500 alumnos en la Academia de Estudios. Fue un éxito. Y como a mi señora le iba muy bien, aprovechamos de viajar mucho, por Europa, Estados Unidos, Tierra Santa. A nuestros hijos les garantizamos una buena educación", apunta.
Y regresó la democracia, con el Presidente Patricio Aylwin designándolo alcalde nuevamente, terminando una fallida carrera al Senado y rematando como core.
Fue suficiente.
Entonces irrumpió el apasionado por el pasado. Todavía recuerda que su tesis universitaria versó sobre la historia del proletariado en Tarapacá y Antofagasta y desde entonces, esa fascinación, así como por los clásicos, se mantiene inalterable hasta hoy.
Conoce los archivos de El Mercurio de Antofagasta, ha leído todas las actas de la Municipalidad, revisó material en Santiago y ha perseguido la digitalización de esas obras a fin de salvaguardarlas del paso del tiempo.
Pero hace una década llegó el gran dolor de su vida, con la muerte de su compañera.
"Magaly fue mi amor, fue mi compañera, mi confidente, mi asesora, una mujer emprendedora, creativa. Cuando ella murió hace 10 años, yo morí un poco también. Me comí solo ese dolor, pero salí adelante y aún mantengo comunicación con ella, converso con ella", explica sentado junto a una mesa del Café del Centro, precisamente una de las "creaciones" de su esposa.
Hasta hoy mantiene el rito de llevarle seis rosas rojas semanales hasta el cementerio, costumbre que mantendrá -asegura- hasta que muera.
La pena sigue, pero también su gozo al conversar, al recordar, al defender contra quien sea a la Presidenta Michelle Bachelet. Así es él.
"Podemos tener diferencias, pero con respeto. Nunca he tratado de hacer que la gente piense como a mí me gustaría", enfatiza.
Floreal Recabarren mira a su alrededor y cada cierto tiempo recibe el saludo de sus cercanos, por teléfono y en persona. Ama conversar, goza charlar con gente que no conoce y sus amigos aseguran que aquella es una de las cosas que lo mantiene vivo.
A sus 90 años es completamente independiente y así lo hace saber.
Recabarren es, definitivamente, lo más parecido al "sabio de la tribu" que podríamos encontrar en esta ciudad de Antofagasta.