Lasana, tierra bendita
Mi caminar por el Valle de Lasana en noches con luna, acompañado por mil siluetas ocultas tras la chilca (arbusto denso que crece a orillas de ríos y quebradas en el desierto), el viento en la peña, el sonido del agua y sus rojos atardeceres con su olor a humedad y leyenda, fueron mi compañía cuando niño.
Caminé por el Valle y descubrí el cántaro roto, la flecha abandonada, la chulpa caída (construcción en piedra con fines mortuorios, de los períodos clásicos atacameños) y, sentado en su sombra, me encontré con mis antiguos, caminé el tiempo y aprendí a querer esta tierra generosa.
Las manos curtidas por el desyerbe, la espalda curvada con el aporcado del maíz, que es la acción de recubrir las raíces del maíz con tierra, creando un surco para el riego entre sus hileras; los pies con barro tras el ganado por bofedales y potreros; el viento helado que baja en invierno, mas todo queda atrás con el caliente tazón de té junto al fogón en la estancia. Los cielos estrellados que nos trasladan a otros mundos, y los cuentos de mi madre y la tía que me hacían soñar.
Trataba de ver qué había detrás del viento, más allá del portal del Pukara. Mi recuerdo a Marcoleta, a su antiguo camión con puertas de madera en que recorrimos el Valle, a las orillas del Loa en que pescamos con luna, y en frías mañanas bajamos a Calama, cargados con zanahorias y esperanzas.
Hoy la bruma del tiempo nos cubre, no obstante nuestros espíritus danzan juguetones en las peñas, soñando con ese mañana que algún día alcanzaremos.
Evoco a mi madre con sus pies sumergidos en las orillas del río, rodeada de mis hermanos, en una danza de risas y gritos que no debió terminar. Apurados pasos para recibir el Carnaval, donde ya se escucha el tambor y nosotros con la carga de maíz y olor a chacra, a preparar los "pagos", que es la ceremonia donde se retribuye lo entregado por los elementos, la tierra, el agua…, para nuestros viejos carnavales.
Nota: el autor es autodidacta en Historia Natural del Desierto de Atacama.
Osvaldo Rojas Mondaca