Todo indica que el total de matriculados en educación superior en Antofagasta se mantuvo igual o descendió respecto a 2016, de acuerdo a un sondeo realizado entre las principales casas de estudios superiores.
Sumando el total de jóvenes estudiando en la capital regional, considerando universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica, debiera llegarse a unos 32 mil alumnos. Si esto fuera efectivo, podríamos sostener que casi un 10% de la población de la ciudad estudia alguna carrera técnica o profesional, cuestión que da cuenta de la magnitud y la revolución que está implicando la educación en la vida de los chilenos.
Sin embargo, si la caída en el número de estudiantes se confirma -se estimaban 35 mil en 2016-, el dato es malo, ya que rompería una tendencia creciente en el tiempo y que ha permitido consolidar a Antofagasta como una alternativa universitaria en el Norte Grande.
Ciertamente estamos muy lejos de casos como Santiago, Valparaíso, Concepción, Temuco o Valdivia, pero estamos ciertos que Antofagasta tiene un potencial, por la posición geográfica y el radio de acción enorme con que cuenta, ya que otros polos interesantes son Iquique, que está a 416 kilómetros, por el norte, y La Serena, a 864 kilómetros, por el sur.
Vale decir, Antofagasta puede atraer jóvenes de distintas ciudades de la región, pero también de Bolivia, Perú y el norte de Argentina, considerando las especialidades que han logrado nuestros centros de estudio en minería, energía y otros.
Sin embargo, el éxito futuro implicará repensar nuestra ciudad, hacerla más amigable, construir un hábitat que permita hacerla atractiva, lo que implica generar una oferta que sea más grande que la mera condición educativa.
Y en esto -debe decirse- hemos hecho muy poco para mejorar nuestros estándares y convertirnos en una verdadera ciudad universitaria, lo que implicaría un enorme potencial de desarrollo hacia el futuro, en el entendido que debemos generar opciones distintas a la minería.