Antofagasta y las buenas librerías
Hace algunas semanas alguien me comentaba su visión acerca de la búsqueda de buenas librerías en la ciudad: "Tengo que confesarte la verdad. No he podido encontrar una librería con alma y con belleza en esta ciudad de Antofagasta…". Según una estadística verificablemente simple, el habitante de esta ciudad cuenta con sólo dos librerías y un mercado alternativo del negocio librero, asociado a lo escolar, que se ubica en un lugar central donde se vende ropa.
Recorrer la ciudad en busca de un sitio íntimo cuya seducción opera a través de la serie de títulos y de sus estanterías repletas de libros puede deparar un golpe inaudito y estéticamente gozoso para quien ya esté cansado del vano artificio y de la típica postal desértica. Es sabido que estos lugares del conocimiento entregan, en parte y de una manera sencillísima, la temperatura cultural de una ciudad y la nuestra, por cierto, debe subir, por lo menos, a veinte grados. El libro, ese viejo amigo del pensamiento, y de otras cosas más, debe vivir, por supuesto, en el lector, pero su punto de inicio se encuentra en su casa esencial: la librería, pero como un derecho de nacimiento para los niños, jóvenes y personas que deseen desplegar su potencial humano.
Como quiera que se observe ese lugar debe ser un cálido espacio donde el libro comience a vivir. Y pienso en ello, en el sentido de que los lectores deben quedar mudos leyendo sus títulos, olfateando sus páginas; calados por la magia propia del disfrute literario y de gusto por la lectura. Agrego un apunte, al respecto: al escritor Ernest Hemingway, por ejemplo, le preguntaron en cierta oportunidad qué lugar nunca dejaba de visitar en su recorrido por una ciudad y el gran lobo y romántico inconfeso respondió, entre otras consideraciones, que su voluntad, le obligaba a conocer las librerías que existían en ella, además de los cementerios.
Podemos determinar, entonces, que existe sólo una de ellas por cada doscientos veinte mil personas aproximadamente: una cantidad pobrísima si la comparamos con la abarrotada cantidad de hoteles y residenciales de turismo, moteles y locales nocturnos que inundan este afiebrado y largo dominio nortino. Ahora, no nos asustemos tanto, dirá alguien, porque Santiago, con ya seis millones y medio de habitantes, tiene apenas una cuarentena de saludables librerías.
Francisco Javier Villegas
Núcleos de Investigación en Docencia UA