Auges y caídas de la influencia
La inserción política de Antofagasta, en el concierto nacional, ha tenido periodos de auge y de debilidad desde el regreso a la democracia en la década de los noventa. Períodos en que se combinaba bien un cierto consenso necesario de diferentes segmentos de la sociedad, expresados a través de las estrategias regionales. En los períodos de auge de la influencia política regional, aquello se ha expresado en percepciones de amplia sintonía de intereses y de desarrollo material armónico; en cambio, en los periodos de decadencia de la influencia regional se ha dado una suerte de divorcio entre los intereses colectivos con la administración a cargo de impulsarlos, acompañada de percepciones colectivas de desarrollo material con grandes brechas y discontinuidades.
En la década de los noventa hubo un amplio consenso en torno a tres grandes ejes del desarrollo regional, que se expresaron en dos estrategias y dos administraciones. La superación de la pobreza, la diversificación económica y la integración son los temas. Un amplio acuerdo que aquellas administraciones materializaron en importantes éxitos a través de la disminución de la pobreza, la construcción de la vía fronteriza de Jama y el complejo portuario de Mejillones, iniciativas que implicaron enormes recursos que se desplazaron desde el centro hacia la región. Sin embargo, la economía política de la región quedo al rezago; la apuesta por la diversificación no logró una densidad económica y política necesaria de un segmento empresarial, que permitiera un equilibrio virtuoso y simétrico con el nuevo actor de esa década, que era la llegada de un actor de dimensiones globales como la minería trasnacional.
El inicio del siglo XXI fue un periodo de consolidación, de rearticulación de la sociedad y de sus elites en torno al nuevo actor trasnacional y el concepto de clúster minero, la expresión fue una estrategia que cubrió dos tercios de aquella década. Un periodo de éxitos económicos de envergadura, la región pasa a ocupar el segundo lugar como polo económico nacional, la pobreza por ingresos continúa descendiendo y se combina con las obras del bicentenario.
Un periodo en que el relato de una minería social y sustentable, se imponen de la mano de un empresario minero. Un desarrollo que fue sustentado por los importantes recursos privados y públicos que provenían del boom de los precios de los metales básicos. El gran desafío de la gestión política de aquel quinquenio, se construyó en torno de la articulación de la minería con el desarrollo de una plataforma regional de bienes y servicios. Las relaciones con el centro y la industria se concentraron en ese objetivo, el éxito o fracaso se media en función del número de empresas certificadas.
Durante la segunda parte de aquella década, se inicia una inflexión, el boom de la minería comienza a debilitarse; las inversiones privadas decaen, parte importante de ellas se habían ya realizado; comienzan a emerger los conflictos e impactos socio ambientales, el clúster se demora en mostrar nuevos resultados, emergen las brechas en educación y los déficit de salud. La respuesta política fue una rearticulación de intereses colectivos en torno de una nueva visión regional que incorporó las nuevas problemáticas y necesidades regionales, lo cual fue acompañado por el impulso a grandes obras de infraestructura; se logra recuperar un cierto optimismo de armonía de intereses y desarrollo material, es el quinquenio en que la región aumento sustantivamente los recursos e inversión pública efectiva total.
Sin embargo, con posterioridad al año 2010 las administraciones y la política regional zigzaguean, se pierde la continuidad de un hilo conductor en torno de un sueño colectivo, los intereses se fragmentan sin coordinación en una suerte de archipiélago como lo describía el estudio sobre Antofagasta de la OCDE en el año 2012. Emerge la fuerte impresión de que el actor estatal se empequeñeció externalizando sus funciones básicas y que la industria minera aumentó su incidencia, que lo global y el centralismo se imponen sin contrapesos sobre los intereses regionales. Una suerte de frustración del cual las administraciones post 2010 no lograron encauzar y que se expresaron en proyectos frustrados o fallidos en torno del transporte público y en la explosión de campamentos.
¿Qué hacer hacia el futuro?, ¿cómo reencauzar?, ¿cómo volver a armonizar y hacer converger intereses con preocupaciones?, ¿cómo recobrar la unidad perdida y superar esa percepción de pérdida de incidencia?. Los procesos no son unicausales; pero en el último cuarto de siglo las variaciones de la influencia regional en el concierto nacional ha estado menos asociada al ascenso exponencial de la economía y el despliegue del PIB. En las últimas décadas la economía se triplicó, pero no así la influencia política de la Región de Antofagasta.
El poder regional ha estado más asociado a liderazgos que han posibilitado e impulsado visiones coherentes y compartidas del desarrollo. Los auges y las declinaciones han dependido de la calidad de la política, en particular de las capacidades de los actores y de las coaliciones para impulsar el progreso.
Sin lugar a dudas, en el futuro la influencia regional seguirá en gran parte determinada por la capacidad política para desarrollar relaciones de mayor asimetría con el centro y la industria; junto con profundizar la democracia e impulsar dimensiones como las energías, la astronomía, el turismo, el fortalecimiento universitario y el bienestar.
"Con posterioridad al año 2010 las administraciones y la política regional zigzaguean, se pierde la continuidad de un hilo conductor en torno de un sueño colectivo"."
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