Hace poco fue informado que el sistema de salud chileno había obtenido -por segundo año consecutivo- una calificación de 3,5 en la encuesta del Instituto de Salud Pública de la Universidad Andrés Bello y GfK Adimark.
El estudio reveló que los usuarios de Fonasa otorgan mejor calificación, con nota 3,6 al sistema de salud público, mientras los de Isapres le asignan un 3,2 y es la evaluación más baja desde la primera medición que se efectuó en 2010, resultados bastante malos.
Pero nadie podría sorprenderse con tales indicadores. La experiencia relatada por los usuarios del Hospital Regional -el principal centro de salud en la zona norte- también es deficitario.
A modo de ejemplo, más del 50% de los encuestados por la Unab y Adimark evaluó negativamente la atención en el servicio de urgencia, el poder hospitalizarse y la obtención de horas médicas de especialistas. Ocho de cada 10 entrevistados opina que la población no está bien cubierta ni protegida con su plan de salud privado.
Naturalmente todo lo relacionado con la salud es materia sensible. Se trata de un asunto crítico por todo lo que implica y es materia fundamental para definir lo que llamamos calidad de vida, en especial en nuestra ciudad.
Un aspecto clave en nuestra región es la falta de médicos especialistas y la presión por cumplir con los plazos de atención de patologías Auge. Da la impresión de que la salud no sólo necesita de recursos, sino también deben resolverse problemas de gestión, falta de camas y de médicos, situación que, con algunos matices, hace algún tipo de crisis en nuestras ciudades.
Vale decir, hay mucho que hacer al respecto.
Considerando que la inversión se viene incrementando fuerte en las últimas décadas y la percepción de la gente es que los problemas no se resuelven, debemos reconocer que enfrentamos un problema algo más complejo.
Indudablemente los niveles de desarrollo de una nación se cuajan en cuestiones de este tipo, tal cual como también ocurre en el sector educación.