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Mi encuentro con el doctor rendic

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En el marco de las exigencias establecidas por la Universidad del Norte, Sede Coquimbo y el Arzobispado de Antofagasta, para optar al título de Catequista Escolar, me correspondió realizar un trabajo final, a modo de seminario de título, con un tema a mi elección. Tuve la suerte de conocer y admirar a Monseñor Carlos Oviedo Cavada y a la Sra. María de Cuchacovich, entregados al servicio del Señor y decidí que cómo llegaron a esa opción de vida cristiana sería un buen tema.

Pensé también que sería interesante incluir al Dr. Rendic, a quien no conocía personalmente, pero sí tenía muchas referencias de su bondad y generosidad. Además, lo veía frecuentemente en la misa de la Catedral, en oración y profunda unión con el Señor.

Animada por todos los comentarios, me atreví a llegar a la casa del Dr., presentarme y pedirle una entrevista. Me acogió muy cálidamente y con cariño y nostalgia, revivió para mí aspectos de su vida. En tres oportunidades, nos reunimos para completar el cuestionario y en todas ellas, siempre se mostró tranquilo, sin apuros, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Era enero de 1981.

Me contó que compartió su infancia con su grupo familiar, padres y dos hermanos, hasta los 11 años, cuando fue enviado como interno al Liceo de Copiapó, para cursar sus humanidades. "Mis padres, de clase media, se esforzaron para darnos una vida holgada y nos formaron en la religión católica, con misa dominical y rezo frecuente del rosario, devoción que no he perdido jamás en mi vida". Más tarde, comprendí que las prácticas religiosas vividas con los padres dejan una huella imborrable en los hijos.

Hizo su Primera Comunión y Confirmación a los 8 años y se confiesa desde entonces una vez al mes. En su época de estudiante, no participó en grupos de Iglesia, pero se esforzó siempre por hacer apostolado con sus compañeros. Desde los 15 años, lee pasajes de la Biblia todas las noches. A pesar de no haberse educado en instituciones religiosas, Liceo Fiscal de Copiapó y Universidad de Chile, conservó y acrecentó su fe. Su tiempo libre lo ocupaba en leer tanto prosa como verso y escuchar música.

"En Copiapó, adolescente, conocí a Amy Jenkin, el único y gran amor de mi vida. Pololeamos 9 años y apenas me titulé de Médico, nos casamos y nos radicamos en Antofagasta. Con ella comparto mis ideales y mi vida religiosa. Ha sido la compañera perfecta". "Admiro a mis padres, quienes se esforzaron para mostrarnos siempre una actitud ejemplar, un respeto grande por el prójimo, especialmente por los más humildes y para entregarnos tantos valores que nos han facilitado nuestro camino por el Tiempo. Nos enseñaron a buscar y conocer a Dios, a quien he sentido siempre presente y cercano como un gran amigo".

En el curso de las conversaciones con el Dr. Rendic, me dejó una impresión de un hombre de paz y de oración, que encarnó las enseñanzas de Cristo. En el mensaje, que escribió al final del cuestionario, se devela su fe a toda prueba.

"Desde antes de nacer, con el primer soplo de vida en el claustro materno, Dios está en nosotros. Él es la Vida. Crecemos y ya en edad de razonar, fijamos los ojos en nuestro mundo interior y lo descubrimos. Al hallarlo, Él guía nuestros pasos y nos enseña a amar y servir al prójimo. Pero, hay que hallarlo primero.

No basta creer en Dios, hay que sentirlo como parte de nosotros mismos. Sólo así podremos cumplir con su Doctrina de amor, y darnos a los demás en la palabra, el pensamiento y la obra. El dolor nos purifica, nos limpia y nos hace humildes, generosos y buenos. Nos enseña a apreciar las penas de los otros a través de nuestras propias penas. Y con ello, nos aproxima a Dios cada día más.

SERVIR es darse un poco cada vez; AMAR es darse siempre".

Dr. Antonio Rendic, servidor de Jesús en los pobres, intercede por nosotros, los cristianos del siglo XXI.