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Eduardo Barrios

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En esos días de septiembre en que se habló tanto acerca de los rodeos exigiendo su eliminación, recordé algunos pasajes del libro "Gran señor y Rajadiablos", uno de los muchos textos obligatorios que hubimos de leer quienes fuimos estudiantes, a mediados del siglo XX y por ende, disfrutamos de la excelente pluma y postura crítica de ese gran escritor que fue Eduardo Barrios.

¿Se lee esta novela aún en los colegios? No lo creo, tiene casi 400 páginas. Pero, en este tiempo de un notorio renacer del interés por la historia de Chile y la historia de nuestro Norte Grande, quizá se pueda lograr que los estudiantes se entusiasmen con "Un perdido" o "Tamarugal"; novelas que muestran la vida en la pampa y que aunque no están en las librerías, se pueden encontrar en lugares de venta informal.

Hay también cuentos de este escritor que ayudan a transmitir la esencia de la época del salitre en las tierras nortinas y hasta pueden arrancar unas cuantas sonrisas y positivos comentarios en la gente joven: "Santo remedio" y "Camanchaca".

"Recuperó las riendas, montó a caballo y, sin cuidarse ya de durmientes y travesaños, emprendió frenético galope sobre la fulgente vía férrea, a través del pintoresco, bellísimo fenómeno natural de la Camanchaca".

¿Quién era el hombre Eduardo Barrios? Él se describe a sí mismo en sus memorias "Y la vida sigue":

"Recorrí media América. Hice de todo. Fui comerciante, expedicionario a las gomeras en la montaña del Perú; busqué minas en Collahuasi; llevé libros en las salitreras; entregué máquinas, por cuenta de un ingeniero, en una fábrica de hielo de Guayaquil; en Buenos Aires y Montevideo, vendí estufas económicas; viajé entre cómicos y saltimbanquis; y como el atletismo me apasionó un tiempo, hasta me presenté al público, como discípulo de un atleta del circo, levantando pesas".

Nació el 25 de octubre de 1884 en Valparaíso. En 1946 recibió el Premio Nacional de Literatura. En 1953 fue incorporado a la Academia Chilena de la Lengua y fue Director de la Biblioteca Nacional. Falleció en 1963.

Cecilia Castillo

Romería pampina: abandono y saqueos amenazan esta tradición

RESCATE. Un grupo de mujeres del Taller de Flores de Hojalata visitaron varios cementerios salitreros de la región para llenarlos de color.
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Es una de las últimas tradiciones pampinas que se remonta a la época de oro del salitre y que perdura hasta nuestros días. Confeccionadas en base a papel, lata y alambres, además de otros materiales reciclados, la artesanía de coronas fúnebres en hojalata sigue viva en manos de un grupo de mujeres que desde hace cinco años se dedican a este oficio salitrero, con el apoyo de la empresa SQM.

"La pampa tiene un clima inclemente y las flores naturales nunca perduraron en el desierto. Entonces, el obrero pampino tuvo que ingeniárselas de tal manera de poder brindar a sus fallecidos un homenaje, con estas coronas que fabricaban en las maestranzas de las oficinas salitreras", explicó María Moscoso Dávalos, asesora cultural del Taller de Flores de Hojalata.

Desde que entró en funcionamiento este taller en localidades como Iquique, Alto Hospicio, Tocopilla, Quillagua y María Elena, una vez al año estas mujeres realizan una romería recorriendo distintos cementerios pampinos (los que aún sobreviven) para llenarlos de color y así mantener vigente esta tradición fúnebre salitrera.

Romería

En esta oportunidad, las integrantes del taller visitaron los cementerios abandonados de Buenaventura, Empresa y Vergara, emplazados en las cercanías de María Elena.

Desde hace tres años Delia Castillo Farías, nacida en María Elena, participa activamente de esta iniciativa. Sin embargo, ella nunca imaginó que entre las maltrechas tumbas del cementerio Buenaventura, yacían los restos de un familiar.

"En este cementerio se encuentra mi tía Elisabet Farías. Ella falleció a los 11 meses de nacida. Desde hace tres años que vengo a dejarle flores de hojalata, las que confecciono yo misma. Soy la única familiar que viene a visitarla. Muy bueno que se continúe con esta tradición pampina porque hay muchos cementerios abandonados y algunas familias de estas personas ya no están acá", cuenta Delia mientras adorna la tumba de su tía.

En esa misma línea, Lorena Lahaye, oriunda de la Oficina Pedro de Valdivia, enfatiza que sobre esta tradición que "estamos tratando de recuperar algo del patrimonio de nuestros ancestros. Lamentablemente es poca la gente que viene a estos cementerios a dejar una flor a sus deudos".

Raúl Pizarro partió a los 12 años de edad de la Oficina José Francisco Vergara. Pese a que han pasado varias décadas desde aquel entonces recuerda muy como la pampa despedía a sus muertos. Hoy dos de sus familiares descansan en el cementerio Vergara.

"Era una fiesta muy hermosa. La gente llegaba directo al cementerio en tren. Lo hacían con cientos de flores y coronas de hojalata. Muchas de ellas las fabricaban con las latas que se desechaban. Otro infaltable en esta tradición pampina era la presencia de una de una banda al igual que en las retretas", recuerda Pizarro.

Patrimonio

Pese a los esfuerzos de este grupo de personas por continuar con esta tradición fúnebre, que se remonta a las oficinas salitreras de principios del siglo XX, el abandono y saqueo que han sufrido la mayoría de estos camposantos, siguen siendo el problema más urgente.

"Lamentablemente los buitres del desierto se han robado la mayoría de las placas de bronce. Por ejemplo en los cementerios de la Primera Región han desaparecido las placas y las balaustradas de pino oregon y fierro forjado", explicó María Moscoso, encargada del Taller de Flores de Hojalata.

En ese sentido, la monitora realizó un llamado a cuidar los cementerios pampinos. "Los cementerios son sagrados. No se pueden llevar nada. El año pasado pudimos constatar que a la semana ya no había flores ni coronas. Y eso ocurre en todos los cementerios pampinos que aún resisten. El llamado es a cuidar nuestro patrimonio".

Milagroso

Juanito de la pampa Abandonado en pleno desierto por una madre presa de la desesperación que le produjo un embarazo no deseado, el frágil cuerpo de un sietemesino fue descubierto sin vida por habitantes de la oficina José Francisco Vergara en una pequeña caja de zapatos. "Juanito de la Pampa" se convirtió en un menor mártir, milagroso y protector de los demás niños. Es muy conocida entre los pampinos la estrofa en su lápida: "La maldad de mi madre, fue haberme abandonado; la gratitud de la gente, fue haberme sepultado".