Hace unas semanas, el canciller Heraldo Muñoz celebraba el acuerdo por el cual se hizo entrega del terreno donde se emplazará la Zona Franca Industrial de Paraguay en Antofagasta. "Con Chile se puede obtener todo en la medida que lo hagamos con amistad", precisó el secretario de Estado.
Muñoz quiso, indudablemente, remarcar las diferencias que nuestro país tiene con Paraguay al respecto. Pocos días antes, el presidente boliviano, Evo Morales, llevó el reclamo contra Chile por su aspiración a una salida soberana al océano Pacífico al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, acusándonos de violar las libertades fundamentales de sus compatriotas.
Chile, a lo largo de sucesivos gobiernos, ha sido tajante al precisar que todos los tratados son respetados y así continuará. Pero más aún, siempre se abren más posibilidades, en la medida que se quiera conversar y dialogar, cuestión que Palacio Quemado niega de manera recurrente, según la versión nacional.
La última acusación de Morales, en efecto, muy dura. "Las violaciones de los derechos humanos que sufren bolivianas y bolivianos, mujeres, hombres y niños, familias enteras que viven del trabajo de transportar mercancías y personas de Bolivia hacia las costas marítimas, cruzando territorio chileno para llegar a los puertos del Pacífico".
Tales palabras no fueron desapercibidas por la Cancillería, que acusó a Morales de haber "insultado al pueblo de Chile y su firme compromiso con los DD.HH., que rechazamos en los términos más firmes estas falsedades".
Tales imputaciones sobrepasan una y otra vez el límite de lo tolerable, tanto por su tenor como por la falsedad de los juicios. En eso Chile debe ser categórico. ¿Hasta cuándo Bolivia seguirá negando la posibilidad de construir una agenda de futuro con Chile? La respuesta está en La Paz, indudablemente, y en general tiene un sesgo negativo, en la medida que no existen atisbos de convocar a un encuentro genuino.
La esperanza de avanzar en integración se desvanece en estas vicisitudes y falta de mirada hacia el futuro, cuestión que es especialmente mala para la propia comunidad altiplánica.