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POR SUS OBRAS…

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Por sus obras les reconoceréis. Los países se constituyen a partir de sus obras y un comportamiento identificatorio a lo largo de su historia: Alemania, inteligencia; Suiza, precisión; Holanda, tolerancia.

A las ciudades, pueblos y regiones no les pasa diferente: Salamanca, tierra de brujos; La Serena, tierra papayera; Antofagasta, zona minera.

Entre los poetas, el peso de la obra se carga en función de un eje central que guía la musa. La denuncia social, el amor a los niños, el afecto por la tierra propia.

El Dr. Antonio Rendic sucumbió al poder de la palabra cristiana y su afecto por estas tierras desérticas.

Ese afecto por la humanidad también marcó su obra profesional, donde los más pobres y vulnerables contaron con una mano amiga, que se preocupó de su salud, sin fijarse en el costo del servicio.

A medida que transcurre el tiempo, el enorme valor, reconocido con el Ancla de Oro, trasciende como faro para la tarea de mirar por el otro, por el distinto, por el más desvalido.

En los momentos de crisis, que el humano la vive constantemente por la incertidumbre de la vida misma, el manto protector de quienes derivan su esfuerzo en pro del prójimo, reditúa como una respuesta a la convocatoria de "amarás al prójimo como a ti mismo". El apóstol san Pablo lo recuerda: "el que ama al otro ha cumplido con la ley".

Es un orgullo para esta región haber contado con Antonio Rendic, cuya obra aporta al perfil, que es deseable para todos quienes habitan estas tierras durísimas: la solidaridad y el compromiso.

Es de pública evidencia la presencia constante de grupos animalistas en Antofagasta, quienes se preocupan del bienestar de nuestros hermanos menores. Para ellos, mis felicitaciones, pues su quehacer se condice con la obra que, en su momento, el Dr. Rendic, prestó a los humanos más débiles de Antofagasta, tal como lo fueron el Dr. Montt -por los años sesenta- en la ciudad de Calama, o el Dr. Marcos Macuada, en Tocopilla, estudiante ovallino que llegó a luchar contra la epidemia de fiebre amarilla, la misma que le quitó la vida cuando la epidemia ya remitía en 1912.

un santo para antofagasta