Bryan Saavedra López
Desde 2005 a la fecha el aumento de inmigrantes colombianos en Antofagasta es significativo. En sólo 10 años su población pasó de representar sólo un 1% de la población inmigrante al 11% de acuerdo al Departamento de Extranjería y Migración. Entre ellos los morenos sobresalen por su piel, tono de voz, cuerpo, ojos y por los prejuicios que los rodean.
Estas personas son las que hoy ocupan las plazas laborales ligadas a los servicios, barren las calles del centro durante la madrugada (sobre todo las mujeres y jóvenes), cortan el pelo, sirven y preparan comida y trabajan en la construcción Son los que "roban" el trabajo a los chilenos.
Entre delgados pasillos de tierra, escombros y casas de madera y material ligero, en lo más alto del campamento Vista Hermosa II Etapa (sobre Villa Las Américas), vive hace seis meses, Evelio Caicedo (28). Colgado a la luz y el agua.
Es colombiano -de Buenaventura-. En su país era obrero de la construcción. Intimida con su 1.8 metros de altura, torso desnudo, pantuflas con calcetines y short blanco. Posee un acento de serie de narcotraficantes de Netflix, pero su personalidad es contraria a los prejuicios y nos muestra su hogar.
La vivienda la comparte con Marlén (25), su pareja colombiana. Entramos tocando un piso de radier sin cerámicas ni alfombras, vemos paredes de madera adornadas con mariposas flourescentes de teleferia y no huele a comida a la hora de almuerzo. Los muebles y el refrigerador no parecen muy nuevos.
Evelio entra y gira una ampolleta del techo y llega la luz. Muestra una cocina/baño, la habitación que comparte con Marlén y otra más pequeña.
El Plan de Desarrollo Comunal 2011 - 2020 establece que en Antofagasta hay 4.4 personas por hogar y que el incremento de campamentos va ligado a tres factores: aumento de la población, ausencia de construcción de viviendas sociales y alto de precio de las piezas para arrendar. Eso explica por qué Evelio y Marlén viven en esas condiciones.
El techo tiene algunos trozos de esponjas para combatir las ráfagas heladas que atacan de noche. "Hace harto frío acá, hace un mes más todavía, pero ya nos hemos ido acostumbrando", relata Evelio.
Sueños
El comienzo de su aventura por Antofagasta fue más difícil que el viaje de ocho días por tierra, "porque todas las personas piensan que uno viene a hacer cosas malas". Sin embargo, hace seis meses trabajo de sereno en una construcción del Kilómetro 12 y "no me ha tocado ser discriminado y gracias a Dios los chilenos me han tratado bien".
Es fanático del Arsenal y Alexis Sánchez, cuenta que "me parece bien Antofagasta y hasta ahoritica no me he sentido discriminado, tengo una vida tranquila a diferencia de allá (Buenaventura), que es más violento".
Por ahora Evelio sólo piensa en juntar una buena cantidad de dinero y volver a Colombia. Para eso tendrá que enfrentar las dificultades del campamento: aislamiento, riesgo sanitario y de aluviones e inseguridad.
Pese a estos factores en la toma -don viven otras 249 familias- ya conforman una especie o núcleo de gueto expresado en música alegre los fines de semana y con alto volumen. Además que es común que las fritangas broten afuera de estas casas. Los niños también juegan entre chilenos, peruanos, colombianos y bolivianos.
Eso pasa en las alturas, en asentamientos incrustados sobre las enormes cañerías de la empresa sanitaria de Antofagasta, que pertenece a un grupo económico colombiano.
Por eso el borde cerro es sinónimo de 35 campamentos con más de 8 mil personas. Según el un catastro del gobierno regional -entregado en noviembre de 2015-, el 18,8% de los inmigrantes en Antofagasta son colombianos, 14,7% peruanos, 14,4% bolivianos, 2,6% ecuatorianos y 8,8% no indicó nacionalidad.
Discriminación
Entre los inmigrantes predominan las mujeres -pasando de un 53% en 2005 a un 55% en 2014-, como la ecuatoriana Ana Milena Caicedo de 47 años y dos de ellos en Antofagasta tras pasar cuatro días en un bus junto a su hija Gina Paola de 30 años.
"Chile me tiene sorprendida por la discriminación, pienso que es por falta de cultura, educación y civilización. Un país desarrollado como éste no debería actuar así y debería ser más civilizado (…) no debemos discriminar ni al homosexual, ni al gordo, ni al flaco, ni al gótico, ni a nadie, ni al negro ni al indio, porque todos somos personas y merecemos respeto", relata en la boutique que administra desde que llegó de su natal Esmeralda.
La piel morena de Ana brilla con la luz de esa boutique de calle Baquedano. Con labios carnosos, pelos rastas artificiales y una figura que inspira rudeza, expresa que esa discriminación se refleja cuando sale de su casa.
Allí los vecinos suelen meterse las manos en los bolsillos o esconden el celular cuando la ven. Ana trata de explicarse esto basándose en que los extranjeros de raza negra están ligados a una parte baja de la escala trófica social: prostitutas, ladrones, delincuentes y traficantes.
"En Ecuador el gobierno hace programas para concientizar a la gente sobre el amor al prójimo, las drogas, la administración de empresas. Yo no entiendo por qué acá no se hace eso", relata.
¿Qué es lo positivo de ser una persona negra? "Que somos felices y estamos preparados sicológicamente para lidiar con los mediocres. Si ves que de toda la discriminación que hay, los negros no respondemos porque hemos aprendido que la tolerancia es la mejor arma del ser humano para lidiar con los mediocres", responde.
Y destaca que tiene amigas chilenas, pero no por eso se siente desafectada por la falta de educación de algunos antofagastinos. "En el tercer mundo pasa de todo, porque la gente no es educada, la gente nunca ha salido de aquí. Nacieron y se criaron aquí comiendo completos y ahí se van a morir. Por eso no respetan a nadie", dice.
Nuevo del curso
Desde Colombia a Perú es una tradición dedicarle nombres de negocios a familiares fallecidos como Jair, de quien a hay una foto afuera de una panadería colombiana en calle Condell.
El colombiano Arley Gordillo trabaja ahí y dice que en Chile hay una discriminación similar a la Quito (Ecuador) en cuanto a la gente de raza negra.
"Chile es un país duro y aquí está muy marcado el racismo contra todo, claro que a la gente hay que darle la razón. Yo viví 11 años en Ecuador y soy indio y allá todos somos indios y para poder aceptar a un colombiano fue muy difícil porque la gente es más cerrada. La gente morena es bien discriminada en Quito, lo que no pasa en San Gabriel o Pedernales, donde ya es costa", dice Arley.
¿Y Antofagasta? "Llegar a un país nuevo, hacerse conocido, pedir trabajo y que te digan 'ah, es que usted es colombiano', eso ya es racismo. Como lo viví harto tiempo en Ecuador uno aprende a lidiar con esto", relata mientras el joven Jene Guerrero de 15 años lo escucha atentamente.
Jene llegó en noviembre del año pasado desde Cali. Cursa quinto básico en la escuela Juan Pablo II, donde califica a su curso como "chévere". Él y una colombiana son los únicos morenos. A pesar de eso, ha tenido problemas en la escuela por ser extranjero. "Me dijeron colombiano culiao y me dio rabia y le pegué un puño al que me lo dijo y nos peleamos. He peleado dos veces en la escuela", expresa Jene.
El joven es fanático del fútbol, mundo en el que sus referentes son Cristiano Ronaldo y el Niño Maravilla, dice que otros chicos lo han incitado a pelear en la escuela con algunos insultos, "pero yo no les paro bola". También dice que una profesora le ha dicho "negrito" con cariño. Eso le gusta.
"Me gustaría volver a la Colombia, porque acá cuando juegan a la pelota se pican y si uno le va ganando comienza la pelea". Pese a eso Jene mañana volverá a juntarse con sus amigos chilenos en el recreo y difícilmente vuelva a Colombia, porque -al igual que los demás entrevistados morenos- es uno nuevo antofagastino.