La intensidad de Lucia Berlin
"Manual para mujeres de la limpieza" trepó a la cima de los libros más vendidos tras la muerte de la escritora. Fue traducido a una veintena de idiomas y dejó boquiabierta a la crítica . Este año se publicaron en español los 43 cuentos de Lucia Berlin, una mujer que vagó por el mundo y que incluso vivió en Chile cuando niña. El periodista y novelista Martín Caparrós publicó "Echeverría", novela sobre la vida del poeta Esteban Echeverría, uno de los padres de la literatura trasandina.P2-3 Netflix acaba de estrenar "Donald Trump's The Art of The Deal: The Movie", una comedia en la que el actor interpreta al candidato republicano.P4
Nacida en 1936 en un campamento minero de Alaska como Lucia Brown, Lucia Berlin murió en Los Angeles en 2004, el mismo día que cumplió los 68 años, un 12 de noviembre.
Hija de un ingeniero experto en minería, llevó una vida de mudanzas que prosiguió después de abandonar la casa paterna. Montana, Arizona, Perú, Chile, México, Nueva York y Kentucky fueronon algunas de sus paradas en jornadas de constante despliegues y bamboleos, cargando tres matrimonios, cuatro hijos, alcoholismo y una dolorosa escoliosis. A pesar de todo, su pluma seguía brutal, gozosa y tierna.
Aunque la fama le llegó de manera póstuma, Lucía Berlin escribía desde joven. A los 17 años dejó a su familia en Chile y volvió sola a Estados Unidos para estudiar Periodismo en la Universidad de Nuevo México. A los 19 años se casó con un escultor, con quien tuvo dos hijos y la vida doméstica la abdujo de las letras por un tiempo. Su primer cuento lo publicó a los 24 años en una revista que dirigía Saul Bellow. En las décadas siguientes siguió publicando esporádicamente, mientras crió a sus hijos y batalló contra su eterno compañero etílico: el whisky Jim Beam.
Maestras y niñas bien
Berlin narra lo habitual con la cuota de fealdad y belleza que sólo ojos entrenados vislumbran. El vicio, la supervivencia y la valerosa niñez se trasladan a las páginas en la curtida piel de sus protagonistas, casi siempre mujeres muy parecidas a ella, con hermanas, padres, madres, abuelos, esposos e hijos que toman los rasgos de sus verdaderos parientes.
Hay taciturnas maestras vestidas de gris, como Eloise Gore que en el cuento "Toda luna, todo año" toma vacaciones en una playa mexicana, aprende a bucear y se enamora de un pescador. En "El Tim" la señora Lawrence, una profesora gringa en colegio mexicano, perfila a un adolescente iracundo que ha estado en una correccional y la desafía. "Iba de negro, con la camisa abierta hasta la cintura, los pantalones bajos, ceñidos a sus enjutas caderas. En su pecho brillaba un crucifijo de oro colgado de una gruesa cadena".
También delinea a la señorita Ethel Dawson del colegio santiaguino que arrastra a la niña consentida a los basurales para que enfrente la miseria y conozca a los revolucionarios. Pero la adolescente tiene otra vida: peluquería, manicure y modistas, fiestas hasta el amanecer además del mar en Algarrobo y la misa dominical en El Bosque. Así describe la pobreza en Chile a mediados de 1950: "Aparecieron hordas de mujeres y niños tiznados y mojados, apestando a descomposición y alimentos putrefactos. Se los veía contentos por el desayuno, comían en cuclillas sacando sus codos huesudos como mantis religiosas sobre los montículos de basura". Antes de volver a su comodidad recorre orfanatos, va a una protesta obrera frente a la embajada de Estados Unidos, hace colectas en el centro de la capital y termina por aterrizar en un fundo tomado entre jornaleros del campo.
Atarderes y niños
En videos en YouTube se le ve canosa e inhalando oxígeno de un tanque, como lo hizo durante su última década de vida, mientras lee un cuento y pronuncia la palabra "pobrecita" con encanto; también hay unas grabaciones caseras en 8mm que son de su hijo Jeff y muestran a un niñito empujando un coche, un Volkswagen gris, y sobre todo guaguas y niños jugando y atardeceres en el desierto. Pocas veces asoma ella, a veces se le ve fumando un cigarro, dando una mamadera o un recorte de sus pies en sandalias.
En los cinco apretados párrafos de "Mi jockey", cuento con el que ganó el Jack London Short Prize en 1985, Berlin despliega un deslumbrante talento. Quien narra trabaja en la sala de urgencias de un hospital y le gusta su labor, sobre todo alucina cuando llega algún jinete con los huesos rotos, "sus esqueletos parecen árboles, parecen brontosaurios reconstruidos, radiografías de San Sebastián", explica. La mayoría son mexicanos y un tal Muñoz le resulta inolvidable, "un dios azteca en miniatura" al que tuvo que despojar de sus complicada vestimenta llena de botones, tarea que compara a "cuando Mishima tarda tres páginas en quitarle el kimono a la dama".
Enfrentada al dolor físico, la enérgica mujer repara en lo blando y delicado del hombrecito musculoso, sus finas muñecas, sus botas y lo acuna mientras él solloza un "mamacita" y lo transporta en brazos, "estilo King Kong", mientras sus lágrimas le mojan el pecho.
Mujeres solas
La soledad siempre ronda y cierra sus cuentos. "Punto de vista" funciona como una declaración de principios sobre cómo monta un relato: nada de primera persona al comienzo sino una voz imparcial que no agobie, detallar una que otra curiosidad para definir una vida creíble. "La mayoría de los escritores utilizan accesorios y decorados de su propia vida. Por ejemplo, mi Henrietta toma cada noche una cena frugal en un mantelito, con exquisitos cubiertos macizos italianos de acero inoxidable. Un detalle curioso, que podría parecer contradictorio en una mujer que recorta los vales de descuento de los rollos de papel de cocina, pero capta la atención del lector. O al menos espero que así sea".
Dentro de las muchas mujeres que empinan el codo en sus cuentos está Carlotta, desintoxicándose para Halloween entre Nembutal, leche con galletas y consejos para evitar el tufo. "Una mujer de AA contó que se pasaba el día masticando ajo para que nadie notara el aliento a licor. Carlotta mascaba clavos de olor. Su madre inhalaba bálsamo Vick a puñados. Al tío John siempre se le quedaban pedacitos de pastillas Sen-Sen para la halitosis metidos entre los dientes, y al sonreír parecía una de aquellas calabazas".
Más mujeres risueñas y fuertes aparecen en sus relatos, como las primas Lou y Bella Lynn en la fronteriza ciudad de El Paso, afrontando la odisea oscura y feroz de un aborto que no alcanza a ensombrecer sus ganas de vivir en vísperas de Navidad.
Entre sus muchas ocupaciones, Lucia deambuló por el mundo de los hospitales. Esa cercanía con lo físico la emparenta con Chejov, el médico y escritor ruso que al igual que Berlin pasa de lo brutal a lo cálido, de lo tremendo a lo tierno.
En "Apuntes de la sala de urgencias, 1977", entre bromas de mal gusto sobre la muerte y el trajín médico, la protagonista retiene la imagen de dos habituales: Marlene la Migraña y la hermosa Madame Y. "Me gusta mi trabajo en Urgencias. La sangre, los huesos, los tendones me parecen afirmaciones rotundas. No deja de asombrarme el cuerpo humano, su resistencia. Y más vale porque pasarán horas antes de que les hagan radiografías o les inyecten Demerol. Quizás soy morbosa. Me fascina ver dos dedos en una bolsita de plástico, la hoja reluciente de una navaja atravesando la esbelta espalda de un chulo. Me gusta el hecho de que, en Urgencias, todo tiene arreglo. O no".
lucía Berlin se mudó con sus cuatro hijos por Montana, Arizona, Perú, Chile, México, Nueva york y Kentucky.
Caparrós y
el precursor
de las letras argentinas
Lucia Berlin
Editorial Alfaguara 432 páginas
$14.000
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07 de agosto de 2016
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