Winétt de Rokha
En la bullente inquietud de nuestra poesía, el nombre claro y austero de Winétt de Rokha poseía caracteres de veta sacra, donde el resplandor de la imagen cabal, de la inteligencia vivísima colocaban su matiz de encantamiento. Era un poeta de fuerza original, con oleajes de lava intuitiva que la alejaban de los dominios de la oratoria banal, de endemoniada de alcoba, para tornarla en mujer de responsabilidad poética depurada y esencial.
La recuerdo con su hermosa cabeza de plata chilena, brillando en plenitud; la recuerdo con su aristocracia de fruta y de nimbo, llena de aquella secreta gracia y señorío que la volvían como efigie palpitante del hechizo humano; la recuerdo con su lenta jerarquía, modulando, en paladeo de conjuro, las palabras y los sueños; y ahora, desde este Antofagasta de su adolescencia, quiero evocarla para que mis pobres sílabas se ensangrienten en su honor y resplandezcan al paso de su fantasma.
La poesía de la mujer americana se resiente de balbuceo y novela biológica desesperada; la estimaron conducto para desahogar fiebres y no cauce para madurar el ser. Winétt fue, tal vez, la única mujer en nuestro idioma que no confundió el rito terrible de la Poesía y le dedicó su verbo no para servirse de ella, sino que para honrarla y engrandecerla con dicción armoniosa, digna y sugestiva; su oratoria fue siempre femenina, nunca se rebajó a triquiñuela menor de mujer, a menester de hembra que se desnude ante el espejo del poema para conmover al hombre en su vuelo de eternidades. Winétt de Rokha comprendió los deberes de la Poesía, los puramente poéticos y los morales que apareja, y vivió un bello periplo impar en el idioma.
Su muerte es luto para llorar no con ojos de espectador de su drama, sino que con entraña de hermano. La lloramos y la sentimos en el cénit de su autenticidad creadora. La Poesía se duele de su ausencia y en Chile su nombre y su obra tienen ya la luz perdurable de los verdaderos vencedores de la Vida, la Muerte y la Poesía.
NdeR. Winétt falleció el 7 de agosto de 1951.
Andrés Sabella,
"El Abecé", 1951.