Novelas de 1944 a 1951
1944 está signado por dos novelas de la más alta trascendencia: "Norte Grande", del escritor antofagastino Andrés Sabella, la primera gran epopeya de la pampa salitrera, que se ve un tanto disminuida por su tendencia a la crónica y su exceso de metáforas, y "Huipampa", tierra de sonámbulos, de Nicasio Tangol, seguramente la mejor novela de la vida y las supercherías chilotas, con un lejano antecedente en Gente en la isla, de Rubén Azócar.
El 45 aparecen "Comarca de jazmín", de Óscar Castro, otro de los grandes prosistas de la generación del 38 y "La cifra solitaria", de Juan Godoy, novela del arrabal de extramuros, que incorpora un ambiente jamás tratado ni vuelto a tratar en nuestro novelística: el de las peleas de gallos y el mundo típico de las gallerías.
En 1946, Leoncio Guerrero continuó y enriquece la obra de Mariano Latorre con "Faluchos", una hermosa novela de ambiente maulino. Al año siguiente, se incorpora al grupo Daniel Belmar con "Roble huacho", destacando de inmediato la personalidad de uno de los escritores más completos, vigorosos y trascendentes de los últimos decenios.
En 1950, la Editorial del Pacífico edita "Llampo de sangre", una de las novelas póstumas de Óscar Castro, que tiene como tema la búsqueda del oro en la región cordillerana, y ese mismo año aparece "Coirón", de Daniel Belmar, novela clásica, humanísima, de carácter autobiográfico, con un relato conmovedor en frontera chilena argentina, a la orilla misma del pasto coirón. Por último, en la producción del 50, habría que destacar "Motín de Punta Arenas", de Enrique Bunster, quien reedita su éxito en 1954 con "Chilenos en California", obra indispensable en toda cronología y que ha sido llevada al cine y al teatro en versiones importantes.
El 51 ve la luz "La vida, simplemente", de Óscar Castro, emocionante novela del prostíbulo provinciano con vivencias de aguda penetración síquica, cargada de nobleza y humanidad, reveladora de un sentimiento hasta entonces inédito en su género.
Mario Ferrero