Capital del desierto
La verdadera capital del desierto, por el desarrollo prodigioso de la ciudad, hija exclusiva del esfuerzo chileno, es el puerto de Antofagasta. Antofagasta, próspera y moderna, es un oasis civilizado en medio de cerros abruptos y colinas minerales. Es como el espejismo del cateador y del dinámico industrial que se unió a él.
Ingleses, yugoeslavos y norteamericanos vinieron después, cuando la población, ya vivía rica y floreciente, preñada de porvenir. Sus capitales, máquinas y esfuerzo, no es posible negarlo, germinaron en el terreno, ya preparado por nuestra raza en tiempos anteriores, con la sangre de su cuerpo y la energía de su espíritu.
Caleta de La Chimba se la llamó en los primeros tiempos; su soledad y su esperanza modelaron la extraordinaria figura de aquel chileno, Juan López, su fundador, primer habitante y primer industrial, al descubrir las guaneras del Morro de Mejillones.
Había en él un inagotable espíritu de acción. De las mejores sustancias de nuestra raza estaba formado. Fuerza física y entereza constituían sus características de luchador. La adversidad no lo amedrentó jamás. Un soñador, enamorado del desierto, que ponía alas a su dinamismo siempre activo, Juan López se establece en la playa de Peña Blanca.
Su ensueño se ha tornado realidad, de improviso. El cobre del Salar del Carmen descubre su escondido tesoro. Se instala en un rancho de carrizo en la playa misma. Cuatro burros de su propiedad, llevan el mineral hacia la costa y en un bote "El Halcón", los embarca a fundiciones de Cobija o del sur de Chile.
Filas de carretas comienzan a llegar a la playa del chango López, repletos sus vientres del salitre de la pampa. Las carpas de sacos parchados de los primeros habitantes se estabilizan en casas de madera y calamina. Al salitre hay que agregar la plata de Caracoles que hace nacer al puerto, llamado ya Antofagasta en 1870, de una palabra quechua: Pueblo del Salar Grande.
En sus comienzos el pobre caserío de Antofagasta fue minero.
Mariano Latorre