Pinturas de Gustavo Le Paige
"Pinturas de Gustavo Le Paige, imaginario y vida de un misionero Jesuita" es el título de una obra cuya autoría es del Arqueólogo y Premio Nacional de Historia Lautaro Núñez Atencio, quien trabajó junto a Le Paige desde 1973 hasta la muerte del sacerdote y arqueólogo Jesuita.
Lautaro Núñez ya había publicado el año 1993, "Gustavo Le Paige S. J. Cronología de una Misión", haciendo una breve referencia a su pintura. El libro que acaba de publicar, se detiene en su obra pictórica, dando nuevas luces sobre la apasionante vida de este misionero.
A comienzos de los años ´60, vi sus pinturas realizadas en San Pedro. Eran de un realismo costumbrista, logrando la transparencia del paisaje y la paz del silencio andino. Lo opuesto de sus Cristos traídos de África, de un atormentado expresionismo: un drama oculto. En los años 50, África vivía el proceso de independencia y Le Paige estaba por su liberación. Fue retirado por la Compañía y enviado al "Fin del mundo": a Chile, a San Pedro de Atacama. Eso significó sacar a la superficie, poner en valor una cultura que iba quedando sepultada por el desierto. Le Paige descubrió que ceramios y textiles Atacameños se dejaban ver, semi enterrados bajo la arena. Dejó la Pintura e inició a su labor de salvataje, dedicado a sus colecciones y a su trabajo de investigador. El desierto habitado se le develaba desnudo.
Tras la muerte de Le Paige, Núñez encontró un rollo de telas, realizadas en África, de una intensidad de color y de una descripción apasionada: sus feligreses y amigos.
Sus obras participaron en el Primer Encuentro de Pintores y Escultores del Norte, (1962) y en los ´90 en "Cristo en el Arte."
Desde Bélgica, los Reyes le enviaban las obras de otro Jesuita genial: Theillard de Chardin. La cosmovisión Theillardiana, de un proceso evolutivo en ascenso hacia el Cristo Cósmico, lo envolvió en sus llamas.
A Lautaro Núñez Atencio le debemos su obra sobre La Virgen de La Tirana y ahora este libro sobre la Pintura de su amigo Gustavo Le Paige.
A quienes ama, Dios los trae al desierto.
Waldo Valenzuela