La caída del cobre y todos sus efectos en la economía regional otra vez vienen a plantear nuestra dependencia casi absoluta de los commodities, cuando el desarrollo en otras partes del mundo pasa por diversificar la producción y dar 'otra vuelta' a la extracción de materias primas.
En abril de 2016, las exportaciones de la región alcanzaron 1.691,6 millones de dólares, con una variación interanual de 2,3% respecto al 2015, según cifras del INE. A nivel sectorial, la minería registró una participación de 91,2% en los envíos, donde el cobre junto al hierro abarcan el 81,0%.
El segundo sector más importante a nivel de exportaciones es la industria, pero que sólo llegó al 8,7% del total exportado. Otro dato importante: el 68,4% de los envíos están dirigidos a países asiáticos, que siguen como los grandes compradores del cobre chileno, pese a los problemas de crecimiento en China, principalmente.
Las cifras resultan decidoras, pero también invitan a la reflexión sobre por qué la estructura económica de la región no ha cambiado mucho desde el boom minero, pese a los esfuerzos concentrados en el cluster minero, encadenamiento productivo y políticas para desarrollo de emprendimientos de distintos orden.
Cuando algunos expertos hablan que no hubo avances decisivos a nivel regional por el augeminero -sobre todo en infraestructura, salud y educación- tampoco existieron avances en la diversificación de la matriz productiva. Un ángulo por analizar, porque en definitiva, la región perdió una generación para saltar al verdadero desarrollo.
El desempleo escaló hasta 8,3% en el último trimestre móvil, el segundo más alto a nivel país después de Atacama, producto de la caída del cobre y los ajustes en toda la industria minera.
El problema ahora pasa por cómo revertir esta cifra, cuando la región no hizo lo correcto para ampliar sus opciones productivas y el precio del metal rojo recién repuntará en 2017 o principios de 2018.