Las bellas palabras
Rafael Coronel vino de Ecuador, buscando nuevas puertas para su inquietud. Anduvo del Norte a los confines. Le gustó esta tierra de tantos rostros. Se quedó para servirla en enseñanzas, en hijos, en libros. ¡Gran maestro con cátedra de horizontes! Porque así estaba compuesta su palabra: hablaba, como si fuese a vaciar una veintena sobre nuestras manos.
En 1927, fue nuestro profesor de Castellano y Métrica, en el "San Luis". Ya le ganaba una calvicie de esas que venció a Andrés Bello, abriéndole frente de bahía grande de los pensamientos. ¿Cómo olvidar sus lecciones, si resultaban purísimas ocasiones de Poesía? Nos enseñaba cómo se escribe un soneto. Era su tarea preferida. El curso procuraba alcanzar, fatigado y miedoso, al decimocuarto verso, donde creíamos que nos aguardaban Lope y Violante. Don Rafael sonreía ante aquellas caricaturas de endecasílabos y colocaba las notas más originales para favorecernos:
-Por cumplir con la prueba: un 5. Por su entusiasmo para conseguir un soneto: un 5. Por el soneto presentado: un 11. Joven tiene un 11…Pero, como el 11 no es nota, voy a obsequiarle un 5.
El curso estallaba en aplausos. Don Rafael tornaba a sonreír.
Su lección nos penetró, como una luz. "Las bellas palabras" eran su desvelo. Por su victoria, bregó sin fatigarse ni arrepentirse. Más, entendámonos: "las bellas palabras" eran las de la cuartilla literaria. Por conciencia de amor universal, exaltó las que ennoblecen la frente humana. Fue adalid de la justicia y caballero de la paz. La libertad nunca anduvo fuera de su corazón.
Un día de lluvia pesada, amigos maduros, nos encontramos en Santiago. La noche goteaba tristeza. Don Rafael, paraguas en alto, nos habló de un libro de poemas inédito y terminó, leyéndolo, hasta su punto final. ¡Qué lloviese cuarenta días y cuarenta noches! A don Rafael lo que le preocupaba era la lluvia de ritmos que saltaba de su alma.
No volvimos a vernos. Esta fue su última enseñanza: lo divisaremos siempre, como entonces: criatura de pasión, limpísima, mostrándonos la forma de existir en poesía.
Andrés Sabella, 1979