Secciones

Piloto murió tras precipitar su nave al mar en Chiloé

E-mail Compartir

Una avioneta capotó en el mar en la tarde de ayer en Chiloé (Región de Los Lagos), causando la muerte de una persona que iba a bordo.

Según informó el portal Soychiloé.cl, el accidente -ocurrido en las cercanías del islote Linlao, en la comuna de Chonchi- provocó la muerte del piloto de la aeronave, quien fue identificado como Luis Calvo Montt.

En la nave, un avión anfibio modelo Lake perteneciente al Club Aéreo de Castro, viajaban otras tres personas junto a Calvo.

Al lugar del accidente llegó personal de la Armada con el fin de realizar las labores de rescate.

Las otras tres personas fueron rescatadas y ayer permanecían con heridas de gravedad en el hospital local.

Volaba a baja altura

De acuerdo con el relato del presidente del Club Aéreo de Castro, Ignacio Tapia, Calvo despegó cerca de las 16 horas de ayer desde la comuna de Castro.

El piloto, quien volaba a muy baja altura, no se habría percatado de la presencia de unos cables del tendido eléctrico y se enredó en ellos, lo que habría ocasionado la tragedia.

"(Calvo) chocó con unos cables de la luz que pasan a una isla que esta ahí. El piloto quedó atrapado en el avión y los otros pasajeros fueron rescatados por personal de la Armada y fueron luego trasladados al Hospital de Castro en condiciones de gravedad", detalló Tapia al citado medio electrónico. En un principio se había informado que el piloto permanecía desaparecido, pero luego se reportó su fallecimiento.

Fiscalía indaga pagos a Jaime Araya por parte de su hermano

'PERSONAL DE APOYO'. Edil dijo que desempeñó labores de jefe de gabinete, lo que era público y conocido. Indagación se hace en el marco de caso SQM.
E-mail Compartir

Redacción

El Ministerio Público solicitó a la Cámara de Diputados información sobre la vinculación contractual entre el senador Pedro Araya y su hermano, el concejal Jaime Araya. El pedido fue hecho por la fiscal Carmen Gloria Segura, oficio que fue respondido por el secretario general de la Cámara, Miguel Landeros.

Los pagos están referidos al período en que el edil fue jefe de gabinete del actual senador, entonces, diputado y se enmarcan en la investigación del caso SQM, por el que Jaime Araya será formalizado el próximo 3 de agosto.

Según precisó La Tercera, la respuesta desde la Cámara fue remitida el pasado 6 de mayo, precisándose que el contrato duró los dos períodos de diputado bajo el cargo de "personal de apoyo", con un "sueldo mensual que fue incrementándose desde un millón de pesos a $1,4 millones a fines de 2010".

Ayer, Jaime Araya respondió que esta relación de trabajo era un hecho público y notorio para la comunidad, lo que realizó desde el 11 de marzo de 2002 y hasta el 10 de marzo de 2010, "no hasta fines de 2010, como fue publicado".

Debe precisarse que cuando entró en vigencia la ley que prohibía contratar parientes, el parlamentario consultó a la Cámara si era posible continuar con el contrato de su hermano. Landeros le respondió que con fecha 4 de abril de 2007, la comisión de Ética de la corporación, encabezada por el PPD Enrique Accorsi, lo autorizó.

Indagación

"Como lo he hecho siempre colaboraré activamente en esta materia, soy el principal interesado en aclarar a la brevedad todo y como ha sido mi actuar, transparencia total y colaboración activa", dijo Jaime Araya.

La indagación se hace en el marco de la investigación por las boletas que extendió a SQM. ¿Tienen ligazón ambas situaciones?

- Absolutamente ninguna, de manera tajante y categórica, no existe ningún tipo de relación entre mi trabajo como jefe de gabinete y la prestación de servicios profesionales a la empresa, eso es una mentira que se publicó y que coincide con un exitoso proceso de recolección de firmas y un potente apoyo de los alcaldes de Calama y Tocopilla a mi campaña, tengo la impresión que hay algunos asustados con lo que estamos haciendo.

2010 fue el año que cesó

sus funciones Jaime Araya como jefe de gabinete. El contrato terminó el 10 de marzo.

Cuando Hunter S. Thompson fue poseído por un dios hawaiano de Lono"

En "La maldición de Lono" de Hunter S. Thompson, libro traducido hace poco al español, un placentero viaje a Hawái se convierte en una delirante aventura. El autor de "Miedo y asco en Las Vegas" se mete en la piel del dios Lono, teoriza sobre el periodismo y entrega el último destello de un talento que se apagaba lentamente.
E-mail Compartir

A Thompson lo mandaron a reportear el combate del siglo, pero se quedó en el hotel; también se perdió el fin de la guerra de vietnam y la caída de saigón.

Es 1980 y Hunter S. Thompson (1937-2005) ya no busca escribir -como tantos otros- la gran novela americana. Ya publicó "Los Ángeles del Infierno: Una extraña y terrible saga" (1967), "Miedo y asco en Las Vegas" (1971) y "Miedo y asco en la campaña presidencial de 1972" (1973). También, innumerables artículos, entre los que se cuentan los robustos "El Derby de Kentucky es decadente y depravado" (1970), "Poder freak en las Rocosas (La batalla de Aspen)" (1970) y "Algo está fraguándose en Aztlán" (1971). Todos ellos, los textos más trascendentes de su producción periodística. Ya existe el periodismo gonzo, su álter ego Raoul Duke y las ilustraciones de Ralph Steadman. Ahora se conforma con tener la fama y la vida de una estrella de rock consumida por su propio mito.

"Yo solía pararme atrás y observar las historias. Absorberlas. Ahora, en cuanto aparezco en una, me vuelvo parte de ella. La primera vez que fui a una conferencia de prensa con Jimmy Carter [Presidente de Estados Unidos (1977-1981)] tuve que firmar más autógrafos que él y el servicio secreto no tenía idea quién era yo. Creían que era un astronauta", se lamentaba Thompson en una entrevista recogida por el documental "Gonzo: Vida y obra del Dr. Hunter S. Thompson" (2008).

Según Jann Wenner, fundador y editor de la revista "Rolling Stone", la debacle periodística y creativa de Thompson se inició luego de dos viajes comisionados que él mismo le encargó. En 1974 fue a Kinshasa, Zaire -actual República Democrática del Congo- a cubrir el mítico combate entre Muhammad Ali y George Foreman. Thompson cambió las entradas a la pelea por cocaína y se quedó nadando en la piscina de su hotel. Intoxicado. No entregó ningún texto a Rolling Stone. Un año después, Wenner lo envió a Vietnam a cubrir el fin de la guerra. El periodista llegó cuando los otros periodistas eran evacuados. Luego se fue a Hong Kong a comprar una grabadora y se perdió la caída de Saigón.

Nunca fue el mismo luego de esos fracasos. Notó que ya no era el escritor que quería ser y se deprimió. Se encerró cada vez más en su rancho Owl Farm y se dejó consumir por las drogas, el alcohol y las armas. Rechazó innumerables ofertas de revistas famosas, hasta que recibió una carta de la desconocida "Running" que lo haría salir del retiro: su director lo invitaba, con todos los gastos pagados, a cubrir la maratón de Honolulú en Hawái. "Piénsatelo. Es una gran oportunidad para tomarse unas vacaciones", cerraba la carta del director Paul Perry.

Al parecer, a pesar del bloqueo narrativo, el olfato periodístico de Thompson seguía intacto. Aceptó la oferta de la revista e invitó a su novia y al dibujante Ralph Steadman, que se llevó con él a toda su familia. Después de la propuesta, el periodista le escribió a Steadman:

"Querido Ralph: Creo que esta vez nos ha tocado un incauto, viejo amigo. Un estúpido al que apellidaron Perry en Oregón nos quiere regalar un mes en Hawái por Navidades; y todo lo que tenemos que hacer es cubrir la maratón de Honolulú para su revista, una cosa llamada 'Running'.

Sí, ya sé lo que estás pensando, Ralph. Das vueltas por la sala de guerra de la Old Loose Court mientras te preguntas: '¿Por qué yo? ¿Y por qué ahora? ¡Justo cuando empezaba a ser respetable!'".

Ese viaje a Hawái, que iba a ser puro placer y descanso, se convirtió en una delirante y angustiosa aventura que terminó plasmada en el libro "La maldición de Lono", que la editorial española-mexicana Sexto Piso acaba de traducir por primera vez al español.

"¡Yo soy Lono!"

El dibujante Ralph Steadman contaba que lo que más le atrajo a Hunter S. Thompson de la figura del dios hawaiano Lono fue que, aburrido y desconsolado luego de matar accidentalmente a su esposa, la reina Kaikilani Alii, se fue de la isla en una canoa para visitar "las tierras extranjeras", de las que volvería, según prometió, en el momento adecuado. Nunca volvió. "Era el tipo de libertad que Hunter quería para sí mismo", decía Steadman. Por lo mismo, La maldición de Lono avanza en sus más de doscientas páginas como un juego de espejos entre la visita de Thompson y la experiencia en Hawái del Capitán James Cook, explorador británico a quien los nativos consideraron en su momento la primera reencarnación de Lono.

Así, la narración en primera persona de Thompson se mezcla con extractos de Cartas desde Hawái de Mark Twain, Leyendas y mitos de Hawái (1881) del Rey Kalakaua, El diario de William Ellis (1850) y El último viaje del Capitán James Cook de Richard Hough. El autor de "La gran caza del tiburón" (1974) se mueve por Hawái con la misma violencia de las tormentas que la azotan en diciembre. Ahí, la postal no es idílica, sino de terror. La alienación de Thompson se ve disparada por el alcohol, las drogas, la climatología extrema, una idiosincrasia étnica compleja y una sociedad insular claustrofóbica devorada por la especulación inmobiliaria de los ochenta.

Esa mezcla le entrega a "La maldición de Lono" una complejidad sólo vista en los mejores trabajos de Thompson, con la fuerza de esos libros que se escriben en caliente y de un tirón. Luego de pescar un gran pez espada, el periodista llegó al puerto de Hawái borracho, extasiado y vociferando "¡yo soy Lono! ¡Yo soy Lono!". Una falta de respeto que lo lleva a esconderse en un santuario de la naturaleza a escribir el libro y huir de los isleños que no están dispuestos a aguantar que ensucien su fe.

"La maldición de Lono" no tiene la exuberancia de "Miedo y asco en Las Vegas" o "Los Ángeles del Infierno" y es, tal vez, uno de los libros más moderados de Hunter S. Thompson. Sería ridículo hablar de "madurez", como se hace habitualmente en estos casos. Lo cierto es que lo contenida de esta crónica pasa más por un tipo de tristeza o resignación en relación al oficio, a su corpus periodístico y literario, y a su misma figura. Esa conformidad, que podría ser vista como una renuncia, le entregan al libro una agudeza fina e insospechada.

Tejiendo redes sobre la obra de Thompson, "La maldición de Lono" podría leerse como un hermano menor de su primera novela "El diario del ron" (1998). En ambas se exponen ideas sobre el periodismo. Se desnudan sus vicios, su significado práctico, su compromiso muchas veces cínico. Thompson perfila muy bien esa triste sensación de que el optimismo de llevar un camino honesto en el oficio, un idealismo inquieto, no es más que un engaño. Una causa perdida.

"El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele… y está bien, pero no paga el alquiler, y los que no puedan pagar el alquiler en los ochenta lo van a pasar mal. (…) Ha llegado el momento de escribir libros, o incluso películas, para los que sean capaces de poner cara de póquer. Porque hay dinero en esas cosas, y no hay dinero en el periodismo. Pero hay acción. Y volverse adicto a la acción es muy fácil. Agrada saber que puedes levantar el auricular de un teléfono y viajar a cualquier parte del mundo que te interese… sin más condición que notificarlo veinticuatro horas antes y, sobre todo, con el dinero de otro. Eso es lo que os perdéis: no el dinero, sino la acción", teoriza Thompson en "La maldición de Lono".

La crónica también puede leerse como una despedida. Quizás, el último destello de un Thompson que se apagaba lentamente. Esa urgencia con que Thompson escribió el libro mientras lo buscaban los hawaianos contiene muy bien su espíritu: vivir la locura, macerarla y escribirla. Sumergirse en la paranoia sabiendo que el mundo siempre será peor que eso. Truman Capote decía que no hay nada más difícil que seguir despertando interés a pesar de repetirse. Y Thompson sí que supo de eso. Degenerar todo a su paso. Exprimir su cuerpo y su obra hasta que no quede más pulpa.

Unos cuarenta minutos después de que saliéramos de San Francisco, la tripulación decidió tomar medidas con el problema del aseo 1b, cuya puerta permanecía cerrada desde el despegue. La jefa de azafatas llamó al copiloto, que salió de la cabina de vuelo y apareció a mi lado, en el pasillo, con una herramienta de aspecto extraño; una especie de linterna con cuchillas, o algún tipo de escoplo eléctrico. El copiloto asintió con tranquilidad mientras escuchaba la apremiante y queda voz de la azafata:

-Puedo hablar con él -dijo, señalando el ocupado de la puerta con una larga uña roja-. Pero no consigo que salga.

El copiloto asintió esta vez con expresión pensativa. Estaba de espaldas a los pasajeros, ajustando la herramienta que llevaba en la mano.

-¿Identificación? -preguntó.

Ella comprobó la lista de pasajeros.

-Es el señor Ackerman -dijo-. Dirección… Apartado de correos 99, Kailua-Kona.

-La isla grande.

La azafata inclinó la cabeza, sin dejar de mirar la lista.

-Miembro del Red Carpet Club, viajero habitual, sin historial previo… Embarcó en San Francisco con un billete de ida a Honolulú, en primera clase. Un perfecto caballero… No ha reservado nada. Ni habitación de hotel ni el alquiler de un coche… -Ella se encogió de hombros-. Serio, tranquilo, muy educado…

-Sí, conozco a esa clase de hombres. -El copiloto miró la herramienta durante un momento y, a continuación, alzó una mano y llamó a la puerta con brío-. ¿Señor Ackerman? ¿Me oye?

No hubo respuesta, pero yo estaba tan cerca de la puerta que pude oír los sonidos del interior: primero, el ruido de la tapa del retrete al caer y después, el ruido del agua.

Yo no conocía al señor Ackerman, pero me acordaba de él porque lo había visto cuando embarcó. Parecía un hombre que hubiera sido tenista profesional en Hong Kong y hubiera pasado después a cosas más importantes. El Rolex de oro, la cadena de oro, la chaqueta de lino blanco y el pesado maletín de cuero con candados de combinación en todas las cremalleras… no eran típicos de un hombre que se encerraba en un cuarto de baño inmediatamente después de despegar y se quedaba dentro durante casi una hora.

Una hora es mucho tiempo, en cualquier vuelo. Esa clase de conducta despierta sospechas que, al final, no se pueden pasar por alto; sobre todo, si se está en el espacioso compartimento de primera clase de un 747, en un vuelo de cuatro horas con destino a Hawái. A la gente que paga tanto dinero no le agrada la idea de tener que hacer cola para entrar en el único cuarto de baño disponible porque en el otro ocurre algo evidentemente inquietante.

Yo era una de esas personas y, desde mi punto de vista, mi contrato social con United Airlines me daba al menos derecho a usar el minúsculo aseo con cerrojo en la puerta durante todo el tiempo que necesitara para asearme. Había pasado seis horas en la Red Carpet Room del aeropuerto de San Francisco, discutiendo con empleados, bebiendo mucho y esquivando oleadas de extraños recuerdos…

Cuando estábamos a medio camino entre Denver y San Francisco, decidimos cambiar de planes y seguir en un 747. Los dc-10 están bien para siestas y trayectos cortos, pero los 747 son mucho mejores para profesionales en viajes largos porque tienen un salón enorme, una especie de club con bar, sofás y mesas para jugar a las cartas al que sólo se puede acceder por la escalera de caracol del compartimento de primera. Implicaba el riesgo de perder el equipaje, y una espera interminable en el aeropuerto de San Francisco… pero yo necesitaba espacio para trabajar, para estirarme un poco y, quizá, para despatarrarme.

Mi plan nocturno consistía en echar un vistazo a todos mis documentos sobre Hawái. Debía leer memorandos, folletos e incluso libros (tenía El último viaje del capitán James Cook, de Hough; El diario de William Ellis y las Cartas desde Hawái de Mark Twain). Libros grandes y folletos largos: La isla de Hawái, Historia de la costa de Kona y Pu'uhonua O Honaunau, entre otros muchos.

-No puedes venir aquí y escribir sobre la maratón -me había dicho mi amigo John Wilbur-. Hawái es mucho más que diez mil japos corriendo por Pearl Harbour. Olvídate de eso… Las islas están llenas de misterio. Pasa de Don Ho y de todas esas gilipolleces turísticas… Aquí hay mucho más de lo que la mayoría imagina.

Maravilloso, pensé yo. Wilbur es un genio. Una persona capaz de dejar a los Washington Redskins para mudarse a una casa en una playa de Honolulú debe de saber algo sobre la vida que yo no sé.

Por supuesto. Abraza el misterio. Abrázalo ya. Cualquier cosa capaz de crearse a sí misma por una erupción surgida de las entrañas del Pacífico es digna de verse.

Tras seis horas de fracaso y confusión etílica, conseguí dos asientos en el último 747 del día que volaba a Honolulú. Ahora sólo necesitaba un lugar donde afeitarme, cepillarme los dientes y, tal vez, mirarme en el espejo y preguntarme, como de costumbre, quién me devolvía la mirada.

No existe ningún argumento económico posible en lo tocante a algún sitio genuinamente privado, de ninguna clase, en un artefacto volador de diez millones de dólares. El riesgo es demasiado alto.

No, eso no tiene sentido. Mucha gente ha intentado prenderse fuego en esos cubículos de hojalata. Sargentos mayores obligados a licenciarse antes de tiempo; psicóticos y adictos medio locos que se encierran en un aseo, se atiborran de pastillas y tiran de la cadena para intentar perderse por el largo tubo azul del inodoro.


"El brazo azul"


"La maldición

Hunter S. Thompson

Editorial Sexto piso

208 páginas

20.00 €

"La primera vez que fui a una conferencia con Jimmy Carter tuve que firmar más autógrafos que él y el servicio secreto no tenía idea quién era yo".

AP

"El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele".

Adelanto del libro "La maldición de Lono"

Por Hunter S. Thompson