Demasiados muertos
Cae ceniza, incesantemente, en la primera novela de Alia Trabuco Zerán, La Resta, publicada el año pasado por Ediciones Tajamar. Una nueva voz que se suma a la generación nacida en los setentas u ochentas en Chile quienes, muchas veces, de manera inconsciente, lucharon por no heredar de sus padres el miedo y la desconfianza, vertiendo en obras literarias un cierto esfuerzo por des-normalizar lo que se vivió en aquella época, como un ejercicio de purga del inconsciente personal y colectivo. La estructura de la novela es una verdadera resta de capítulos que se inicia en el 11 y termina en el capítulo 0. El relato se lleva a cabo a dos voces: Iquela y Felipe, ambos hijos de padres ejecutados por el aparato militar que comparten sus vidas desde muy pequeños. Pero en realidad se trata de una obra coral, que suma nuevos puntos de vista y discursos que hablan a través de los recuerdos de los protagonistas, en extensos e interesantes monólogos interiores.
El tema central de este relato es la muerte, la pérdida, el duelo, la resta. Los hechos ocurren en el Santiago de un tiempo incierto, a principios de los noventa probablemente, cuando los exiliados empiezan a morir de muerte natural y son repatriados. Es así como se suma un tercer personaje, Paloma, quién viaja desde Berlín con los restos de su madre, antigua compañera de lucha de ambas familias. Esta presencia produce ciertos giros en las vidas de ambos, quienes la acompañan en una carroza fúnebre alquilada en un viaje a Mendoza para recuperar los restos de su madre.
Ganadora del premio Mejor novela inédita por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en el 2014, funciona también como un mapeo de la memoria nacional graficado en un Santiago enterrado, en blanco y negro, en el que sus habitantes viven con la impresión de no ser "protagonistas de nada sino más bien tener un rol de tramoyeros todos". Mostrando un recorrido borrado y pisado otra vez, cubierto por la ceniza que invisibiliza las huellas, por lo que perderse aparece como un lugar común. Tanto Iquela como Felipe viven con la sensación de "no recordar nada de ese pasado que no habíamos vivido pero que recordábamos con detalles demasiado nítidos como para que fuera mentira". La misión de los mismos era "tapiar los agujeros de la memoria resquebrajada" y llevar la cuenta aritmética de aquella resta que aún no cuadraba del todo.