A rostro descubierto y sin violencia
Disentir, no estar de acuerdo, es natural y un principio sustantivo del espíritu humano, lo que no es tolerable es la destrucción como fin último y objetivo. Es difícil no ser categórico: las personas que se amparan en el anonimato no creen en el sentir democrático, ni menos en el respeto hacia los demás... Y tampoco están dispuestos a transar.
La democracia implica una sana combinación de derechos y obligaciones de los ciudadanos tendientes a mantener el bien común. Y como tal el respeto es parte esencial para el orden social en una sociedad de libre pensadores.
La opción de disentir es un acto inherente del espíritu democrático, de un estado de derecho y de ciudadanos comprometidos con lo que sienten o quieren de su nación, algo que hemos visto con frecuencia a lo largo del país durante los últimos meses.
Los estudiantes antofagastinos y de otras ciudades han demostrado a rostro descubierto que pueden plantear sus inquietudes de manera inteligente, con respeto y creatividad, exigiendo un derecho que los ampara como es tener una educación pública de calidad y gratuita. Aplauso para ellos.
Sin embargo, no ocurre lo mismo en Santiago y Valparaíso, donde las manifestaciones han desembocado en una violencia extrema costando incluso la muerte de una persona, además de millonarios destrozos, agresiones, molestia para los vecinos y, lo más preocupante, la impunidad con que actúan los encapuchados con bombas molotov.
Estos últimos son derechamente antisociales que operan en torno a la masa y se alinean a grupos radicalizados y anarquistas, cuyo único fin es hacer daño y manifestar su ira contra la sociedad. De hecho, la mayoría de ellos son menores, lo que torna aún más complejo el problema.
Las personas que se amparan en el anonimato no creen en el sentir democrático, ni menos en el respeto hacia los demás. Tampoco están dispuestos a transar, ya que la violencia es la única vía para hacer sentir su malestar y postura ideológica. Además, muchos delincuentes encuentran la ocasión propicia para robar o saquear la propiedad pública y privada.
Aquí hay varios responsables, desde las autoridades, las familias de estos jóvenes, los mismos convocantes que no asumen responsabilidades y de líderes que tienen un discurso incendiario, con poco margen para negociar. El tema de los encapuchados merece medidas rápidas, antes que sea demasiado tarde y se escape de las manos.