Costa Norte
La costa Norte fue poblada casi en su totalidad por chilenos, venidos de todas partes, especialmente de Atacama y Coquimbo. Su entrada a la vida civilizada es la expansión natural de una raza fuerte y dominadora.
El precoz florecimiento de sus puertos principales, sobre todo Antofagasta, se debe al músculo del minero, desprejuiciado y audaz, a la resistencia broncínea del barretero y el derripiador y a la pupila de águila del cateador que recorrió las huellas del desierto y la cordillera y supo encontrar la riqueza, prendida a su pupila alucinada un retazo de espejismo, y en el corazón un temple de voluntad más rico que los mismos metales descubiertos.
Salvo en los oasis de Pica y Chiu-Chiu, la tierra no responde al agobio fecundador de su luz.
Gris en las camanchacas matinales, de una rojez de greda quemada en la limpieza de los prolongados atardeceres, dormitan esos cerros, en cuya entraña se han cuajado los metales más ricos de la tierra sin que turbe su modorra el más mínimo signo de vida.
El vuelo blanco de gaviotas y garumas y el lento desfile de alcatraces a lo largo de la costa, pone una nota de movimiento y el mar barnizado de sol, hirviente de peces, es más acogedor y menos hosco que ese muerto encadenamiento de ondulaciones, chorreadas de sal.
Sólo escasos ríos se han abierto camino desde las blancas cordilleras a través de la pampa, hacia la costa. La mayoría de esos ríos, salvo el Loa, se los ha tragado el desierto. Y quien dice ríos, dice fecundidad y vida.
Su hermano el mar se resuelve y resuena en las playas y solo se une con él en el abrazo gris de las camanchacas. Sin embargo, se cuenta que las garumas, esas gaviotas vestidas con un hábito carmelita, van a depositar sus huevos en la pampa misma. Allí nacen los amarillos polluelos que las madres vienen a alimentar desde la costa y esta curiosa costumbre, heredada por el pájaro costeño, hace pensar en el remoto origen marítimo del desierto.
Nota: Revista Atenea N° 185, noviembre de 1940.
Mariano Latorre