Dos palabras para pensar
Al paso de los años, los hombres hablan menos. Al hacerlo, parecen buscar cada palabra para que su pensamiento resplandezca en frases inequívocas. En esas ocasiones el tiempo se utiliza para pensar algo de lo que está debajo de las palabras. De aquí viene ese tono solemne de las frases en boca de ancianos. Lo contrario es insignificante verborrea.
Nortinidad y antofagastinidad, dos palabras para pensar. La primera, por extensión es incluyente de la segunda. Ambas denotan calidad de. Piense, por ejemplo: Antofagastinidad, ¿de qué clase? Ya estamos pensando en la idiosincrasia de las colectividades. Esas dos palabras dicen mucho de los vínculos identitarios. Remiten a nuestras señas de identidad. Nos permiten ser lo que creemos ser. Son algo más que cartas de presentación. Reflejan conciencia social, identidad social y afiliación social. Gracias a ellas el hombre se nortiniza o no en un proceso de aceptación/negación y de entrega/rechazo a la realidad en que se inserta.
Eso y mucho más está debajo de esas palabras que crecen en medio de los imaginarios primordiales del hombre y su entorno. En un razonamiento elemental, digamos que nortinidad y antofagastinidad denotan el conjunto de características connaturales o adquiridas que, en tanto sello, otorgan singularidad a seres o cosas, refuerzan vinculaciones identitarias y transparentan la defensa e integración en contextos socioculturales específicos.
Estas dos palabras funden pasado y presente en un anhelo de proyección hacia el futuro. Para entender el presente, el hombre recurre a su pasión -es "su tiempo", el que le corresponde--; con el pasado no ocurre lo mismo. La distancia lo hace ajeno, la ecuanimidad se debilita. No obstante estas dificultades, todo hombre se siente atado a un pasado que, en cierto modo, lo explica. Asignarle al pasado una correcta valoración requiere de tiempo y aquí es donde palabras como nortinidad y antofagastinidad, debieran funcionar a plenitud.
Osvaldo Maya Cortés