Tamara Miranda Varela
La Escuela Nueva Luz está ubicada en medio de dos grandes edificios en calle Coquimbo. A una cuadra de la Avenida Brasil. En ese pequeño rincón hay 32 historias de niños ciegos y con parálisis cerebral, quienes a punta de esfuerzo logran sobreponerse a lo difícil que es vivir con una discapacidad.
Ya son casi las 15.30 horas y los niños con parálisis cerebral están en pleno ejercicio kinesiológico. Hay un profundo silencio. No hay gritos sólo miradas de esperanza de los padres, quienes cumplen un papel importante en el proceso pues acompañan en todo momentos a sus hijos. Muchos de ellos, al terminar la jornada, deben acudir a otras terapias.
Las tías que están en permanente contacto con los pequeños. Mientras están en terapia, se dedican a pintar letras doradas con las cuales adornarán el salón principal para celebrar el aniversario de la escuela.
Ésta última ayer cumplió 29 años de servicio a la comunidad antofagastina. El objetivo, cuenta el director de la Escuela, Guillermo Villarroel, es educar, habilitar y rehabilitar a las personas con capacidades diferentes, para que puedan integrarse a la sociedad en forma digna e independiente.
También explica que pretenden ser una institución vanguardista que se empeña en la educación en toda instancia y nivel por esencia y que promueve cambios en la sociedad.
Historias
Geretty Flores (25) está sentada frente al kinesiólogo que atiende a su hija de un año siete meses. Viste con una calza negra y una polera azul. Según cuenta, su hija nació sana y cuando tenía un mes y 19 días tuvo una fiebre alta que finalmente la tuvo en la UCI dos meses. El diagnóstico: meningitis bacteriana. "Todo eso derivo en crisis epilépticas y shock séptico lo que agravó su condición", dice.
Al enterarse de la condición de su hija, estuvo mal cerca de dos meses y hasta hoy le ha costado enfrentar la enfermedad de su hija, quien padece una parálisis cerebral y tiene problemas a la vista.
Ella es la apoderada más nueva de la escuela. Llegó en marzo y por ahora planea seguir. "En la Teletón me dijeron que viniera. En ese tiempo aún no asumía bien lo que le pasaba a mi hija. Por lo tanto, no quería inscribirla en la escuela. Pero no me arrepiento. Aquí me han tratado muy bien y me siento muy acompañada", sostuvo.
Patricia Cortés es la apoderada más antigua. Su sobrino Cristián (12), llegó a la escuela a los dos meses de edad. En un principio era llevado por su madre. Sin embargo, meses después ella no pudo seguir haciéndose cargo del niño por lo tanto lo iba a llevar al hogar Don Orione. "Fue ahí donde preferí hacerme cargo yo. Él tenía dos años", dice.
Pero el trámite para llegar a ser la tutora no fue fácil. Patricia tiene un retardo mental leve, lo que le impedía hacerse cargo de Cristián, quien padece una parálisis cerebral hipotónica. "Luego me hicieron los exámenes sicológicos y no tuve problema porque lo que tengo es un retardo mental leve", cuenta.
Patricia se levanta todos los días a las 6 de la mañana para atender a Cristián. Le prepara su leche, le da sus colaciones y sus almuerzos. En la tarde lo lleva a las terapias y a la escuela. "Él es muy importante para mí. En varias oportunidades me han dicho que él va a morir. Me pongo muy triste, pero aquí en la escuela él avanzó mucho. Entiende cosas y eso me da esperanza", enfatiza.
Actualmente, Patricia es la apoderada estrella, según las tias de la escuela. "Tiene anotado todo, maneja al revés y al derecho los remedios de Cristián y además hace todo sola, desde vestirlo hasta alimentarlo", subraya una educadora.
Geretty, Flores,, apoderada
Nueva Luz
"En la escuela me siento acompañada. Siempre me ayudan en todo lo que necesito y eso es impagable. Lo agradezco".
Patricia, Cortés,, apoderada
Nueva Luz
"Gran parte del día estoy aquí acompañando a Cristián. Siempre se han portado muy bien. He visto avances con él".