¿Innovar o nivelar?
"Lo mínimo que una persona necesita es poder leer para que de ahí pueda seguir aprendiendo más".
Cuando se revisa la estrategia de desarrollo regional en el ámbito de educación, hay una fuerte impronta que apunta a la mejora en competitividad e innovación. Al ser una región eminentemente minera, se aprecia el sesgo de dotar a la educación regional de mejores procesos de formación de capital humano que le permita ser competentes para los grandes desafíos de la industria.
La decimotercera edición del Informe de Investigación "Más igualdad para los niños" de la Unicef (presentado el 14 de abril de 2016) señala que nuestro país es el que peor desempeño tiene en educación de los países de la Ocde. Las cifras con catastróficas: casi el 25% de los alumnos de 15 años carece de las aptitudes y competencias necesarias para resolver ejercicios básicos de lectura, matemáticas y ciencias. Y lo más lamentable es que es una distribución casi uniforme, pues la brecha entre distintos estratos socioeconómicos es la más baja de la Ocde, lo cual representa que un niño del percentil 50 tiene un bajo desempeño, pero eso no es tan diferente al desempeño del que está en el percentil 10. De esta manera, en Chile aquel niño que recibe una educación mejor, sólo recibe algo menos malo.
El sistema mercantil de la educación apunta sólo a considerar las mediciones estandarizadas del Simce y la PSU sin considerar otros factores que la educación debería asegurar, como la felicidad, por ejemplo. Pero el contraargumento es devastador: ¿Qué felicidad se le puede asegurar a un niño que no comprenderá lo que lea? ¿Cómo podrá crecer en un mundo donde la información es la clave?
Toda educación debe garantizar lo básico y lo mínimo que una persona necesita es poder leer para que de ahí pueda seguir aprendiendo más y finalmente pueda hacer innovación y ser competitivo.
Entonces, cómo salimos de la disyuntiva que se nos plantea respecto de que necesitamos más innovación pero a su vez también hay que superar las brechas de conocimientos mínimos. Quizás la respuesta sea sencilla. La innovación debe apostarse en los profesores, en sus metodologías de enseñanza, en sus procesos de evaluación y no en los alumnos. Necesitamos mejorar las competencias al enseñar, pero con sistemas que acompañen y mejoren lo que pasa en aula.
El desafío es grande. La solución posible. ¿Lo haremos?
Ricardo Díaz
Académico