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Fallecimiento de Cervantes, cuarto centenario

CULTURA. El autor de El Quijote de la Mancha es considerado la máxima figura de la literatura en español.
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Osvaldo Maya Cortés

Miguel de Cervantes falleció hace cuatro siglos: 23 de abril de 1616 o Cervantes falleció en 1616. Decirlo es así de fácil. Pero, evaluar la entrelínea de estas pocas palabras, hace tambalear los conocimientos de recientes generaciones.

Hoy, el legado literario cervantino pena en la educación nacional. Recordemos: 15 títulos mayores, incluidos el "Quijote" de 1605 y 1615? Títulos menores, una veintena en los "Entremeses" y las "Novelas Ejemplares"? ¿Quién habla de su poesía? La idea imperante en siglos es para la relación "Quijote"-Cervantes.

Esta ciudad y el resto del país conocieron tiempos diferentes. En la vida universitaria local, por décadas hubo un Cervantes clásico. Hay planteamientos y teorías de eruditos Algunos que asoman en estos recuerdos son: Américo Castro, Diego Clemencín, Helmut Hatzfeld, Joaquín Casalduero, Francisco Rico, Martín de Riquer, Francisco Rodríguez Marín, Leo Spitzer, etc.

Apreciar la situación con equidad podría inducir la creencia de que todo lo imaginable, ya sucedió en cuatro siglos. En principio, éxito inmediato de lectores. Sin embargo, Lope de Vega, meses antes de publicarse el "Quijote", ya descalificaba al autor y negaba méritos al libro. Hubo críticas. Todas previsibles. La obra se editó en dos meses.

Luego, el tiempo dio paso a una sucesión de valoraciones y caracterizaciones del texto cervantino.

Quijote

De sus obras dilectas, "La Galatea" gozó siempre de su aceptación; murió ofreciendo su parte final. "Los trabajos de Persiles y Sigismunda" fue su quimera y tuvo edición póstuma. El "Quijote", entre tanto y, no obstante el desafecto de este juicio: "aunque parezco padre, soy (su) padrastro", fue la obra que cimentó su fama universal.

En el siglo XIX, el "Quijote" quedó inmerso en la trascendencia romántica y hasta el grabador Gustave Doré lo ilustró, inmortalizando sus protagonistas. Era algo lógico, el espíritu libertario del hidalgo y su escudero, coincidía con los anhelos románticos. Mirando hacia el pasado, el crítico Thoré-Burger reconocía un arte hecho para príncipes y, hacia el futuro admitía que "Quizás ha llegado ya el tiempo de hacer el arte para el hombre."

Cervantes argüiría que su vínculo con la nobleza era, por el anverso necesidad y, por el reverso, pobreza. Dedicó libros suyos a don Alonso Diego López de Zúñiga y Sotomayor, Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcácer y Bañares, Vizconde de la Puebla de Alcócer, etc. y a don Pedro Fernández de Castro Andrade y Portugal, Conde de Lemos y otros títulos similares.

Por su característica lealtad, esos libros eran para su "Desocupado lector", honrado con calificativos como "carísimo, suave, curioso, discreto, ilustre, amigo e incluso, amantísimo".

La escritura cervantina, sin imposición alguna, incita a "su lector"; éste, a través de ella será, precisamente, quien estructure su propio "Quijote". ¿Qué lector ha reclamado alguna vez por las dos muertes de don Quijote? En el Capítulo 8°, II Parte, más que imaginar, ve a su Dulcinea en "galerías o lonjas de ricos palacios", pero ¡si al fin del tomo primero, conocimos hasta su epitafio! ¿Quién, celebrando sus logros, no se apoderó del verso cervantino: "Invicto vencedor, jamás vencido"?

La clave de la novelística del tercer milenio está más en el lector y algo menos en el texto. Cervantes lo supo. ¿Alguien se atreve hoy a hacer la prueba?