La mayor locura de un hombre
A la muerte de Cervantes (23 de abril, 1616) la "Segunda Parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha" (1615), se había impuesto al "Quijote" (1614) del aún ignorado Alonso Fernández de Avellaneda. Desde ese instante, mucho de la gran obra cervantina se debe a la interpretación filológica.
Si en la concepción del "Quijote", algo influyó el "Entremés de los Romances" donde Bartolo, labrador y protagonista, pierde el seso leyendo romances, esto abrió las puertas a la crítica. Pero, como en la novela, lo restante es aporte del genio del autor, bastante quedó para las futuras generaciones de cervantistas. Casi es de creer que, a la larga, cada lector opta por su interpretación de la obra. No es un juicio enfebrecido. La novela tiene tales virtualidades que, en su claroscuro, satisface hasta las más insólitas aspiraciones interpretativas. Para eso, don Quijote y Sancho revelan su esencialidad. La crítica habla de quijotización y sanchificación. No obstante, por reciprocidad vital, don Quijote se sanchifica y es Sancho quien termina quijotizándose, en una maravillosa locura donde su lealtad por su caballero andante, hasta pretende superar a la Muerte: "--¡Ay!-respondió Sancho, llorando-- No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir (…) Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado."
¿Dónde mayor nobleza? ¿Dónde mayor ingenio? Allí estaba el "Tercer Tomo" de la historia, ahora de este escudero y de su hidalgo. ¿Cómo no imaginar a esta pareja dispareja en medio de mil aventuras "pastoriles"?
Muerto Cervantes, en un viejo baúl quedaron algunos de sus papeles. Dicen que llegaron a manos de un pícaro granuja llamado Ginés de Pasamonte o maese Pedro o Ginesillo de Parapilla.
Osvaldo Maya Cortés