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La vida a los 90 años: consejos de una nortina

RELATO. Elsa Guerrero Torres es una chuquicamatina que desde 1993 se unió a las organizaciones del adulto mayor y ahora dice estar más activa que nunca.
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Bryan Saavedra López

Una vida llena de salud ha tenido la chuquicamatina Elsa Ester Guerrero Torres. A los 90 años recién cumplidos no usa bastón, no tiene enfermedades, no se exalta cuando sus nietos andan revoltosos, porque se define a sí misma "como una mujer tranquila y sana".

Sosiéguese, siéntese, hágase para allá. Esas palabras están latentes en los recuerdos de infancia de sus nueve nietos. Muchos, según Elsa, quien es oriunda de Chuquicamata.

En la provincia del cobre, el 15 de mayo de 1926 llegó al planeta en un desierto con la mina a cielo abierto más grande del mundo, en la que su padre desempeñaba labores.

Su madre, dueña de casa, se encargó a criarla a ella y sus 14 hermanos.

Elsa se casó en el campamento, donde vivió hasta los 19 años, y tuvo dos hijas.

Su vida ha sido bastante tranquila y ahora vive con su hija mayor y yerno en un departamento de la Gran Vía de Antofagasta. Allí la visitan nietos y bisnietos ocasionalmente.

¿Cómo lo hace para no tener ninguna enfermedad? En primer lugar su mente está tranquila, porque no anda con miedos constantes de que le pueda pasar algo y tiene una vida activa, ya que desde 1993 asiste a talleres dedicados a adultos mayores.

Lamentablemente ese año falleció su marido, con quien estuvo casi 50 años de los que 47 fueron de matrimonio.

En estas clases y centros de recreación adulta (donde hoy asisten a clases de baile, zumbas y gimnasia rítmica), Elsa reforzó sus habilidades en el bordado y aprendió más recetas de cocina. Sin embargo, aún le da miedo viajar. Se mueve lentamente de lado a lado y cierra sus ojos sentada en el living cuando le hablan de viajar.

"Ahí conocí a más gente, viajé a todos lados, hasta al sur, bordaba, tejía, cocinábamos. Fue muy bonito", recuerda.

A esta abuelita sana aún le quedan largos años por vivir y no descarta subirse un avión para visitar a su hermana que vive en Canadá durante alguno de estos días.

En lo económico, ella se mantiene con una pensión de viudez y bonos por hijo.

¿Cómo se siente tener 90 años? "Ni los he sentido, a veces me enfermo un poco, pero nada de que preocuparse. Ando bien a mi edad", dice risueña.

Su cumpleaños N° 90 fue un encuentro familiar y continuará disfrutando de sus días.

"Yo he sido muy feliz y estoy sumamente agradecida de la vida", revela Ester.

19 años vivió en Chuquicamata esta mujer, donde se enamoró de su marido, quien fue un minero.

Sociedad

El arqueólogo del enorme diario íntimo del cineasta

Bruno Cuneo era estudiante cuando conoció a Raúl Ruiz y se sumergió en su obra. La entiende como pocos y la despieza desde el arte, la política y la intimidad. Ahora está editando el diario de vida que el realizador comenzó a escribir en 1992. Son 3 mil páginas escritas a mano.
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El profesor bruno cuneo es el creador del archivo ruiz-sarmiento, del instituto de arte de la universidad católica de valparaíso.


en resumen

Bruno Cuneo, profesor del Instituto de Arte de la PUCV, es autor de "Ruiz" (UDP, 2013), un libro de 346 páginas que reúnen las memorias de sus encuentros con el cineasta y una selección de once entrevistas que le hicieron a lo largo de décadas. Como apéndice también hay dos textos de Ruiz: el de una conferencia en Milán en 2009 y el discurso que dio en 1997 cuando le otorgaron el Premio Nacional de Artes; además, tiene una sorprendente sección donde el autor comenta 120 de sus títulos.

Cuando Bruno Cuneo era un estudiante de Filosofía de la PUCV vio "Las tres coronas del marinero". Tiene que haber sido a mediados de los ochenta y le gustó mucho. Pero no fue sino hasta el 2001 cuando, en unas casi desiertas funciones en el Cine Arte de Viña del Mar, se pegó un atracón de cuatro días seguidos con "Cofralandes". Ahí comenzó a ver a Ruiz con mayor detención.

El 2003 lo conoció personalmente gracias al poeta y académico del Instituto de Arte de la PUCV, Virgilio Rodríguez. "A fines de la década del sesenta Ruiz había sido profesor del Instituto y en 2003 lo invitamos a dar una conferencia en la Cineteca. Fue simplemente brillante", recuerda Cuneo, que aunque reconoce que su interés se acrecentó, nunca tuvo un cariz "como objeto de estudio sistemático" sino que siempre fue "como un espectador interesado.

"Su personalidad era muy magnética, cuando venía a Chile me invitaban a veces a sus encuentros, en su casa o en algún restaurant. Me encantaban esas conversaciones, me parecían fascinantes", cuenta.

"Unos meses antes de su muerte me pidió que lo ayudara a formular un proyecto de película para Corfo, un texto burocrático más bien para ocuparse de él. Además, estaba un poco débil de ánimo, porque estaba convaleciente. Ahí nos conocimos mucho más y fui testigo de su desbordante capacidad inventiva", agrega Cuneo.

El libro que armó después de su muerte, "Ruiz" (Ediciones UDP, 2013), y del que no hablaron ni siquiera como una posibilidad, fue en parte en memoria de esos encuentros. El proyecto Corfo se trataba de una adaptación de algunas novelas de Alberto Blest Gana. "Ruiz quería adaptar, o 'adoptar' como prefería decir él, algunas novelas de Blest Gana, principalmente 'El loco Estero', 'Martín Rivas' y 'Los trasplantados', ligándolas narrativamente y con una alta cuota de invención de su parte. El sentido del proyecto también era político: le interesaba mostrar el proceso de estratificación de la sociedad chilena, cuándo comenzaron a formarse en Chile las clases, para terminar el país socialmente atomizado que vivimos hoy. Según él, este era el off de las novelas de Blest Gana".

-Háblame sobre el gusto de Ruiz por el habla chilena llena de tautologías y contradicciones, la violencia verbal contenida, la dilatación del tiempo, sacar la vuelta, hacer el quite.

-Esa es una de las grandes intuiciones de Ruiz. Según él, el carácter fracturado del habla chilena o nuestro comportamiento dilatorio no hay que verlos necesariamente como una falla lógica o un vicio. Son comportamientos que pueden tener también una eficacia política, ser tácticas de resistencia a una narración estructurada para tener éxito comercial o al imperativo capitalista de la productividad. El carácter fracturado y digresivo puede servir también para crear modelos narrativos alternativos. Su crítica al sistema narrativo del cine hollywoodense, con su estructuración en tres actos y conflicto central, proviene de su observación de la conversación de los chilenos, que prende siempre por cualquier parte y va también para cualquier parte, como las películas de Ruiz que son, como decía él mismo, como una casa con muchas puertas y ventanas por las que circulan muchas corrientes de aire.

-¿Cuáles son tus cinco trabajos favoritos de él? ¿Cuáles nos has visto y te gustaría ver, y por qué?

En verdad, desde que hice el libro y creé el Archivo Ruiz-Sarmiento en el Instituto de Arte de la PUCV, ya he visto hartas, incluso te diría que sólo me falta ver algunas cosas muy raras. Me gustaría volver a ver "El techo de la ballena" ahora que acaban de restaurarla. Y de las que prefiero, aunque son más de cinco, para ser justo con él y con mi gustos, mencionaría "Tres tristes tigres", "Nadie dijo nada", "Diálogo de exiliados", "Cofralandes", "Coloquio de perros", "Carta de un cineasta o el regreso de un aficionado a las bibliotecas", "Miotte visto por Ruiz", "El tiempo recobrado" y "Misterios de Lisboa".

-¿Cómo es el humor de Ruiz? ¿Cuán socarrón y ladino puede ser?

-El humor de Ruiz, por lo pronto, tiene poco que ver con la talla, una forma de humor en la que los chilenos somos muy expertos, y que es algo así como una zancadilla verbal, una ocurrencia de doble sentido y muy veloz, por la que se busca hacer caer o humillar al otro. La talla es ladina, artera, el humor de Ruiz, en cambio, es un humor que brota más bien de lo absurdo, del revelado de nuestras conductas irracionales o más típicas, que de tan estereotipadas terminan resultando cómicas. Más que reírse de los demás, Ruiz nos hace reírnos de nosotros mismos. Esto vale, en todo caso, para sus películas chilenas, ya que en sus películas europeas el humor tiene menos protagonismo que la fantasía gótica.

-¿Qué te parece cuando dice Ruiz que es posible una película sin argumento, que una historia puede existir sin un conflicto central?

-El problema del esquema del conflicto central (alguien quiere algo, otro no quiere que lo obtenga y toda la película gira en torno a ese conflicto), que es un modo posible y legítimo de narración, totalmente americano, es que se fue transformado con el tiempo en una fórmula industrial, un cliché o un estereotipo. Y el arte es enemigo del cliché, porque trabaja en la renovación incesante de la percepción mediante la renovación de los modos de representación o expresión del mundo. Ver una película sin conflicto central es un desafío estético y una oportunidad para la inteligencia, aunque a muchos pueda parecerle algo muy aburrido. Las películas formularias, por el contrario, entretienen pero subestiman intelectualmente al espectador, y a la postre empobrecen la imaginación y empobrecen también los materiales artísticos. Dan ganas de ver también películas distintas, en las que pasan muchas cosas o bien no pasa nada, películas imaginativas o contemplativas y no necesariamente atléticas, y ese es el placer que me prodiga el cine de Ruiz, que no veo, por cierto, con la sola excusa de querer entretenerme.

-¿Por qué le interesaba el folletín como modelo para filmar?

-Por lo mismo que te decía antes: porque son ficciones tentaculares, donde los hechos se arremolinan de manera vertiginosa y no siguen una única flecha narrativa o no giran en torno a un solo conflicto. Como la vida misma, que no está organizada siempre en torno a un único conflicto central y admite causas, pero también azares, sucesos imprevistos que no responden a ninguna lógica. Ruiz veía en el fondo de esas ficciones una posibilidad de narrar la vida de un modo que respetara también el componente surrealista de la vida cotidiana.

-¿Por qué crees que permaneció en Francia y "volvía a Chile no volviendo"?

-Bueno, eso no es tan difícil de responder: la experiencia del exilio es tan fuerte que hace que seas un extranjero en cualquier parte, incluso en tu propia patria. No te queda más que volver no volviendo, porque no puedes dejar de volver, pero ya no puedes quedarte. Tenía muchos amigos en Francia, muchas experiencias de vida y cinematográficas allí, tal vez muchas más que en Chile, y a fin de cuentas la patria de un hombre es donde están sus amigos. Si le gustaba venir a Chile era porque sentía que todavía le quedaban amigos acá, no porque amara el país, que es una cosa más bien abstracta. Además venía ver a sus padres, no hay que olvidar que era hijo único. Dicho lo anterior, creo que hay otra razón por la que Ruiz volvía a Chile: para hacer películas más experimentales que las que podía hacer en último tiempo en Francia y que le brindaban una libertad creativa que él mismo añoraba.

-¿Qué tipo de obsesión fue Chile para Ruiz?

-En mi libro digo que Chile fue una obsesión estética, no una obsesión patriótica. Le seguía interesando, hasta el final de su vida, el tipo de cine que había hecho al comienzo de su carrera como cineasta: un cine de indagación de los mecanismos conductuales de una determinada comunidad, en este caso la chilena. Veía en ello un potencial subversivo respecto de las tentativas de penetración o hegemonía cultural de la cultura norteamericana, que a través de los esquemas narrativos industriales del cine hollywoodense, termina por imponerle a todo el mundo, y en especial a Latinoamérica, no sólo una misma pauta estética, sino también una misma pauta ética y política, porque la gente termina comportándose como en las películas.

-¿Qué sabes de la mentada erudición de Ruiz, su extenso saber, lo autodidacta, incluso la faceta de chilote chamullento?

-"Chamullento" es una mala palabra, porque Ruiz leyó -y lo sé por su diario, que estoy editando actualmente- más cosas que cualquier académico y además sólo leía buenos libros y de todas las disciplinas posibles. Era un lector descomunal, y no sólo leía, sino que además estudiaba lo que leía, leía y releía. Pero no era un erudito, sino que hacía un uso creativo de todo lo que leía o estudiaba y un uso tan creativo que te hacía pensar que tal vez te estaba tomando el pelo o se estaba carrileando, pero si ibas a verificar luego el asunto te dabas cuenta de que eso era un dato real o una lectura posible.

-¿Crees que cinematográficamente Ruiz tiene herederos? ¿Montó algo así como una escuela?

-Una obra de arte potente, y la obra de Ruiz es eso, crea un mundo particular de visión y expresión que a la postre es intransferible. Ruiz, de hecho, siempre se imponía un desafío estético y un esquema narrativo distinto al momento de hacer una película, de manera que no existe algo así como una fórmula "ruiziana" para hacer películas. Pueden haber influencias "ruizianas", y eso es legítimo: hay influencias de Ruiz en el cine de Sánchez, de Agüero o de Sarmiento, por ejemplo, pero ellos son a su vez creadores originales.

-¿Cuál es tu último recuerdo de Ruiz?

-La última vez que lo vi fue en su casa. Habíamos terminado de redactar el proyecto "Blest Gana" y me invitó a pasar al living para ver el primer corte de "La noche de enfrente", que es en el fondo una película testamentaria. "Me quedó un poco melancólica", me dijo, cuando terminamos de verla, y me dio la mano en señal de despedida, pero como riéndose para sus adentros. Ruiz no era sentimental, pero era cariñoso a su manera sobria. Más bien le caía mal el sentimentalismo y por eso el humor opera siempre en su obra como una interrupción de la curva emotiva. Cuando algo era sentimentaloide, decía "a ese se le dio vuelta el azucarero".

-Actualmente estás editando el diario de Ruiz, ¿puedes adelantarnos algo?

-Es un diario que comenzó a escribir en 1993, a los 52 años, y que llevó hasta poco antes de su muerte, escribiéndolo día a día y a veces a varias horas del día. Acabo de terminar el trabajo de transcripción, que me tomó dos años, porque eran más de tres mil páginas manuscritas y con una letra a veces muy difícil de leer. Ahora estoy empezando el trabajo de edición. El diario es muy interesante, por muchas cosas: porque habla del proceso de ideación y producción de sus películas del período de madurez, de sus lecturas y discusiones, de sus ideas sobre el cine, de su rutina diaria, pero también da cuenta de lo que podríamos llamar "el temblor de crear", es decir, de sus inseguridades, de sus miedos, de los muchos proyectos que también se le fueron a pique. Lo que sorprende es que nunca se desanimaba y el diario revela un flujo creativo ininterrumpido, que a muchos les va a parecer desconcertante.


Leyendo a ruiz y sobre ruiz

Por Amelia Carvallo

raúl goycoolea

"Las películas de Ruiz son, como decía él, como una casa con muchas puertas y ventanas por las que circulan muchas corrientes de aire".

De Raúl Ruiz -o sobre él- se pueden hallar más de 40 libros y ensayos escritos en francés, español e inglés. Esta es una breve selección que comienza con "Poéticas del cine" (Ediciones UDP, 2013), con traducción al cuidado de Alan Pauls, que reúne las tres poéticas del cine de Ruiz. Otros títulos son: "El cine de Raúl Ruiz. Fantasmas, simulacros y artificios", de Valeria de los Ríos e Iván Pinto (Uqbar Editores, 2010); "La tristeza de los tigres y los misterios de Raúl Ruiz", de Verónica Cortínez (Editorial Cuarto Propio, 2011); "Aventura del cuerpo: El pensamiento cinematográfico de Raúl Ruiz, de Cristián Sánchez Garfias (Ocho Libros, 2011); "Conversaciones con Raúl Ruiz", de Ediciones UDP (2003), editado por Eduardo Sabrosky; "Raúl Ruiz, entrevistas escogidas", también de UDP, editado por Bruno Cuneo.

"A Ruiz le caía mal el sentimentalismo y por eso el humor opera siempre en su obra como una interrupción de la curva emotiva".