El almuerzo
Penoso aniversario: se cumplieron 25 años desde la última vez que mi familia almorzó unida. Tanto tiempo compartiendo la mesa del mediodía, me dejó una huella imborrable. Cuando pequeños, enseñé a mis hijos a llevarse la cuchara a la boca… Y a convencerlos de que hay cosas que no tienen un sabor agradable, pero que son necesarias para el crecimiento. Era la hora en que recibía las quejas y acusaciones, pero me transformaba en cómplice: hacía como que no las escuchaba… O miraba para el lado.
Hora del balance de la mañana y de los planes para la tarde. La familia se comunicaba para compartir los episodios del quehacer escolar, incluyendo aquellas travesuras de siempre. El momento en que enseñábamos modales, el respeto al otro, a compartir con alguna visita inesperada, saber de los abuelos, del vecindario, corregir el uso del idioma, recordar a los cercanos.
¡A lavarse y peinarse para almorzar! -conminaba la orden. Era el almuerzo una instancia para crecer en familia Para vivir la hermosa aventura de la paternidad, donde se iba aprendiendo a criar, formar, educar. Para fortalecer los lazos, especialmente en familias numerosas. Entre el tintineo de los cubiertos chocando con la loza y los sorbos a la sopa, se comentaba lo hecho, lo que se haría o lo que se quería hacer… Almuerzos tan fecundos en diálogos, que nos tomábamos la cazuela fría.
El tiempo dijo otra cosa: la universidad me quitó el placer de almorzar con mis hijos… Otros deberes y situaciones, me obligaron a almorzar en la mayor soledad. Opté por acompañarme con la TV o encender la radio, para sentirme acompañado. Aquellos almuerzos bulliciosos, con olor a comida casera, llenos de calor, son solo recuerdos.
Hoy ralean los almuerzos familiares. Se arrinconan en fechas especiales o los domingos. Pero los celulares aíslan a los comensales. La TV también "mete la cuchara"… No hay diálogo. Cada uno se concentra en su celular, en su plato, en su mundo y en sus cosas.
¿Cada cual comiéndose su propia soledad…?.
Jaime N. Alvarado García