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"El primer incendio de Antofagasta"

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Así comenzó el primer incendio que dio vida al Cuerpo de Bomberos de Antofagasta, reciban entonces nuestros fundadores un homenaje de un Bombero Antofagastino

El viaje en mula y caballo era agotador, las arenas de la pampa convertidas en polvo del camino se metía por las narices y bocas de cientos de pampinos que bajaban al puerto de Antofagasta, dificultando la respiración y secándoles las gargantas. Los ojos enceguecidos por el blanco del caliche y la luminosidad del sol reflejada en las arenas blancas de la pampa, también sufrían con esta nube de polvo que a la distancia marcaba la ruta del descenso como estela de espuma marina difuminada en una marea tranquila de ripio y cal de esta caravana de mineros que apresurados por la sed de agua, licor y amor, bajaban apresurados y listos para su jornada de descanso y diversión la cuesta del salar del Carmen. Ellos querían ver aparecer pronto una pequeña ciudad de madera y barro que se empinaba entre el desierto y el mar, llamada Antofagasta.

Las curvas del camino parecían deslizar lentamente los cerros de rocas y ripios quebradizos de este mar antiguo como un telón natural de tierra seca. Telón que hizo en unas cuantas horas aparecer el azul majestuoso del mar nortino coronando un escenario natural de brizas, playas y azules luminosos. Una vez en la ciudad el destino era una solo, la diversión del minero, donde los cuerpos curtidos por el calor del desierto , la sed de la pampa y el látigo del administrador encontraran reposo y abrigo en las dulces manos de las legendarias meretrices de la pampa y sus secas gargantas de hombres del desierto se refrescaran con el fruto alucinante de la vid.

Dicen que la primera parada de estos sacrificados mineros de caracoles fue una timbiringa ubicada en la calle La Mar hoy calle Prat, allí en esa inmensa casona de madera de altas paredes y pisos siempre encerados con cera disuelta en parafina para que "rindiera", la fiesta, el amor y el trago eran los eternos bálsamos que sacaban la arena de Atacama y la soledad del desierto. La música de un piano alemán que sonaba con la fuerza de un tiro calichero, animaba la gran fiesta de una pequeña ciudad. Pronto el dinero de la plata de Caracoles comenzó a circular con la rapidez de la sed en el desierto a medio día, el trago y la comida sobraban, al pasar las horas y las copas de fiesta y diversión nadie supo muy bien cuándo ni porque la alegría fue tan desbordante que los mineros quisieron celebrar con pequeños cartuchos de pólvora y con juegos de artificio que iluminaban toda la noche Antofagastina, al llegar la mañana las arpas y guitarras lentamente entraron el silencio , la voces de las cantoras agotadas de tanta fiesta buscaron el silencio de la amanecida, cobijándose en el sueño. Solo las guirnaldas y papeles de colores se mecían con la brisa matutina que subía suavemente por las calles del puerto anunciando una nueva mañana de viernes. En esta tranquilidad primera, seguramente quedo entre las veredas de madera un cigarro encendido, o un juego de artificio que aun quemaba pólvora en lenta agonía o tal vez una lámpara que se negó a apagarse y escurrió desde sus entrañas el aceite incendiario que tal vez fue una de las causas de tan histórico incendio, nadie lo sabrá. Eran las 11:00 de la mañana del día viernes 2 de abril de 1875 y el primer fuego de Antofagasta se declaraba en la indefensa ciudad de madera, este gran incendio afectó la casa y almacén de José Tomás Peña, en la calle principal (La Mar, hoy Arturo Prat), afectando toda una manzana: las comprendidas entre Latorre y Condell. Rápidamente los parroquianos y mineros de la fiesta se pusieron a salvo y no hubo víctimas que lamentar, pero en pocos minutos la ciudad ardía en llamas, la columna de humo y fuego era impresionante y de vastadora para un pequeño pueblo junto al mar, todo el mundo corría para ponerse a salvo y las casas aun las más alejadas del incendio comenzaron a ser desocupadas de moradores y enseres temiendo lo peor, el reino del fuego se había desatado en Antofagasta y los vecinos del puerto estaban indefensos ante tan colosal enemigo, los marinos de vapores y veleros a la espera de cargar sus barcos con el oro blanco de los salares se agolpaban en la borda de sus buques para ver mejor el fuego desde el mar, las horas pasaron entre gritos y carreras de pánico y miedo… y llego el minuto en que el fuego destructor ya no tenía más alimento…al final una manzana completa había sido devastada por las llamas, solo unas cuantas maderas humeantes y calcinadas se levantaban entre los escombros, las perdidas eran millonarias y afectaban gravemente la economía de algunos vecinos del joven puerto.

A los sentimientos de abatimiento y desesperanza que en un primer momento avasalló a los vecinos del puerto, rápidamente fueron quedando atrás para dar paso a la idea e intención de organizar un Cuerpo de Bomberos tal como lo habían hecho años antes las grandes ciudades de Chile. Valparaíso en 1851 por primera vez en Chile después del gran incendio ocurrido el 15 de diciembre de 1850 en la calle "del cabo", hoy Esmeralda; y en Santiago en 1863 después del terrible incendio del Templo de la Compañía en que para algunos historiadores la cantidad de fallecidos es más de 2 mil personas, casi todas ellas mujeres que celebraban en esta vetusta iglesia capitalina el Mes de María.

Fue así como en la ciudad de Antofagasta un 4 de abril de 1875 a las 14:30 horas. Los vecinos del puerto realizan un meeting bajo la presidencia del señor Francisco Errázuriz en que con la participación de una gran cantidad de asistentes y la suma de 1.495 pesos recaudada por los señores Abdón S. Ondarza, Pedro Machefort, Cruz Muñoz, Benito Fernández y Luis Dorador comienza a escribirse la historia de la institución voluntaria y ciudadana más antigua y prestigiosa de Antofagasta. Desde entonces muchos fuegos incendiarios iluminarían el cielo antofagastino y cientos de nobles ciudadanos seguirían la senda trazada por nuestros fundadores, seis de ellos, nuestros mártires, entregarían su vida por un juramento solemne de servir al prójimo dando la vida si fuere necesario. Recordemos entonces en este primer capítulo de la historia del Cuerpo de Bomberos de Antofagasta este primer fuego de la novel ciudad que encendió no solo maderas, paredes y techumbres de los primeros edificios de Antofagasta, sino que la gloria de un ideal.

Ricardo Rabanal Bustos

Profesor